viernes, 31 de mayo de 2013

CARTA AL PAPA FRANCISCO

Marciano Vidal, teólogo moralista

libros antiguos, pergaminos, pluma de la pluma y el tintero en la mesa de madera sobre fondo gris Foto de archivo - 14707621

Querido hermano Francisco:
Antes de nada le expreso mi respeto hacia su persona y hacia el ministerio petrino para el que ha sido elegido. También le manifiesto mi honda alegría porque ese ministerio haya recaído en Usted, obispo que ha venido de lejos, de América Latina, del mundo hispano, de la Vida Religiosa y de la tradición jesuítica. Las raíces de mi esperanza cristiana están situadas más allá de las coyunturas históricas: están fundadas en Cristo Jesús muerto y resucitado; pero los motivos de esa esperanza no son ajenos al devenir de la historia. Le aseguro que su elección se sitúa entre esos motivos.
Tengo un año menos que Usted. Pertenecemos a la generación del concilio Vaticano II. No sé dónde estaba Usted el día 8 de octubre de1965, celebración religiosa del final del concilio. Yo tuve la suerte de encontrarme en la plaza de San Pedro, ya que iniciaba entonces los estudios de especialidad en Teología Moral.
De eso quería hablarle. He dedicado mi vida al estudio, a la docencia y a la escritura sobre la moral cristiana. Permítame que haga mías las palabras de Francisco de Vitoria: “si tuviera otros cien años más los seguiría dedicando con gusto a esta ciencia tan noble para la cual ninguna cuestión humana es ajena”. Claro está, también hago mía la exclamación de otro grande de la moral, Alfonso de Liguori: “el mundo de la moral es un caos que no termina nunca”.
Sé que no le descubro nada que Usted no sepa si le digo que el trabajo de los teólogos moralistas en la Iglesia no ha sido fácil durante estos años postconciliares. A Usted, como avezado jesuita, no le resulta extraño vivir en las fronteras de la fe y de la cultura. Son las personas de frontera las que tienen que afrontar los primeros embates del adversario y estar atentas a que no les alcance el “fuego amigo” del propio campo.
Puesto ya en la pista de abrirle mi corazón, como si de un director de Ejercicios Espirituales se tratara, me lanzo a lo más difícil. Le ruego que cure el “mal moral” que padece la Iglesia. Su hermano de Orden y en el ministerio episcopal, el cardenal Martini, lo expresó, en el Sínodo de obispos sobre Europa, mejor de lo que yo puedo hacerlo. Hay cuestiones en la Iglesia que pueden tener una orientación más misericordiosa sin dejar por eso de ser evangélica.
El teólogo y cardenal W. Kasper, hacia quien Usted ha manifestado públicamente su aprecio, sugirió, hace algunos años, junto con otros dos obispos alemanes (uno de estos, otro gran teólogo: K. Lehmann), una solución teológico-pastoral para la personas divorciadas vueltas a casar. Esa solución, u otra, mereceria ser repensada.
También las orientaciones morales dadas por Pablo VI sobre la responsabilidad cristiana en la procreación humana están esperando una lectura en clave de una verdad integral que supere tanto los egoísmos personales y las intromisiones de los Estados como los fariseísmos y los rigorismos inhumanos.
No le hablo en esta ocasión de las dificultades que encontramos los moralistas católicos al querer introducir el fermento evangélico en la nueva cultura del amor y de la sexualidad así como en el apasionante terreno de la bioética.
Usted, querido hermano Francisco, conoce bien la estación invernal que trajeron para la Iglesia los fríos vientos del jansenismo y del rigorismo. Confío que ahora, como entonces, la sensibilidad jesuítica proporcione a la Iglesia el equilibrado discernimiento que precisamos.
No soy yo quién para proponer tareas a nadie y mucho menos a Usted, responsable supremo de la orientación de la Iglesia en estos tiempos cargados de serias preocupaciones al tiempo que de ilusionadas esperanzas. Pero, no sabe cuánto me alegraría que ese su insobornable y eficaz amor a los pobres se tradujera en un texto de alta significación eclesial y teológica. Podría ser una encíclica social, para la cual le sugiero las primeras palabras: Pauperum clamor (el clamor de los pobres). Creo que es llegada la hora en que la inmensa compasión de la Iglesia tenga que proclamar, ante todas las personas y ante las instituciones mundiales, el deber de repartir entre toda la familia humana los bienes que Dios nos da a través de la creación y mediante el ingenio humano. Creo también que es llegado el momento de decir en alto que la economía especulativa y puramente financiera es, según la tradición de la Iglesia, una auténtica usura y, consiguientemente, inmoral.
Para terminar quiero recuperar el tono inicial de la carta. Tono de alegría y de renovada esperanza por su elección. Y, atendiendo a su reiterada petición, cuente con mis oraciones.


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jueves, 30 de mayo de 2013

EL YO

 

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El coro estaba haciendo su último ensayo en medio de un estruendo de todos los demonios, porque los tramoyistas y los técnicos estaban dando los últimos toques para poner a punto el escenario.

Pero, cuando un tipo se puso a dar unos martillazos que producían un estrépito verdaderamente insoportable, el director del coro interrumpió el canto y se le quedó mirando suplicante.

"No se interrumpa por mí, señor director", dijo alegremente el del martillo, "no me molestan".

 

EL YO SIEMPRE IMPIDE VER MÁS ALLÁ

 

 

miércoles, 29 de mayo de 2013



LA FE COMO ORIGEN DE LA MISIÓN

David Alvarez


3. La respuesta del auditorio lucano.

Estas alocuciones constituyen un desafío a aceptar el mensaje y la fe. Sin embargo, los relatos hablan de cuatro tipos de reacciones distintas de parte del auditorio, dos de carácter positivo y dos negativas. Así, algunas personas creyeron en el mensaje y se convierten a la fe en Cristo. Esta es la reacción más común en cinco de los ocho discursos. Otras personas se muestran interesadas por el mensaje y desean saber más, entre las que se hallan tanto judíos y prosélitos (13,42s) como gentiles (17,32b). Por el contrario, hay quien no cree en el mensaje de los apóstoles y se opone activamente. Aquí encontramos tanto a judíos (13,44s) como a gentiles (17,32a). Un cuarto grupo muestra una reacción ambigua, p.e., los líderes religiosos de los judíos se quedan perplejos al enterarse de que los apóstoles habían sanado a un cojo, pero les prohíben hablar en el nombre de Jesús (4,13-18). La respuesta de los líderes confirma la actitud negativa de éstos hacia Jesús y hacia el kerigma cristiano. A juzgar por las reacciones positivas que siguen a cinco de los ocho discursos, se puede concluir que la creencia en el mensaje del evangelio fue la respuesta más común a la predicación misionera. Por consiguiente, cabe decir que para estas personas -judíos, temerosos de Dios y gentiles por igual - los discursos constituyeron una oportunidad para acoger el mensaje cristiano.


4. Implicaciones misioneras

Como muestran los relatos de Hechos, los discursos fueron utilizados estratégicamente en los primeros esfuerzos misioneros de la iglesia primitiva, sobre todo por los personajes relevantes del movimiento cristiano. Fueron empleados para dirigirse a un grupo de personas que había sido testigo o estaba a punto de presenciar un acontecimiento importante en la historia de la salvación (la efusión del Espíritu Santo, 2,14-39; 10,34-43) o había sido testigo de los signos de la venida de Cristo y su continua presencia en la iglesia después de la resurrección y ascensión al cielo.

El hecho de que los discursos sigan un paradigma común, también nos permite conocer su contenido. Explican el evento(s) o profundizan en el kerigma cristiano y dan a ambos una interpretación cristológica, vinculando los acontecimientos pospascuales con la vida y obras de Jesucristo. Contienen los elementos esenciales del Evangelio de los primeros cristianos, es decir, el relato de la vida, sufrimiento, muerte y resurrección de Jesús, su ascensión a los cielos y el esperado regreso al final de los tiempos para juzgar a vivos y a muertos. Este mensaje se vincula a las creencias religiosas del auditorio -ya sea judía o no judía - a través de referencias o alusiones bíblicas. Los predicadores intentaron establecer puntos de contacto entre el kerigma cristiano y la vida y la experiencia de sus oyentes a fin de que el público pudiera percibir la importancia de la vida y obra de Jesús para sus vidas, por lo que eran invitados a reaccionar a ella con fe.

Ya que los discursos misioneros incluyen la exhortación al arrepentimiento y a creer, ello implica el desafío a alejarse del anterior tenor de vida para convertirse a la fe en Cristo. El público entendió el reto y se posicionó. En dos ocasiones son invitados a bautizarse (2,38; 10,47s). La reacción más común fue creer en el mensaje y convertirse a la fe en Cristo. Los cuatro tipos de reacción vistos se corresponden a las reacciones que aparecen en otros pasajes de Hechos.

Esto refleja un entendimiento general en el Nuevo Testamento, en el que la buena noticia acerca de Jesucristo no es vista como un mensaje neutral e indiferente, sino una declaración basada en la fe en él y en su papel en la historia de la salvación. La persona de Jesús así como el kerygma acerca de él son controvertidos, ya que desde su inicio, "éste va a ser motivo de que muchos caigan o se levanten en Israel, y signo de contradicción" (Lc 2,34). Y en palabras de Pablo, "el lenguaje de la cruz, en efecto, es locura para los que se pierden; mas para lo que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios” (1 Cor 1,18). Pablo continúa diciendo: "Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza y sabiduría de Dios" (vv. 22-24). Los discursos misioneros en Hechos y las respuestas a los mismos confirman así la naturaleza polémica del kerygma cristiano – se basa en la fe y mueve a la fe o a la incredulidad. Y la fe de los discípulos en Jesús implica hacer realidad el mandato de la misión.


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martes, 28 de mayo de 2013


 LA FE COMO ORIGEN DE LA MISIÓN

David Alvarez 


El NT contiene un claro mandamiento misionero tras la muerte y resurrección de Jesús (Mt 28,19; Lc 24,47)); es más, genera un tipo de vida que exige ser compartida. El acceso a Dios por medio de Jesucristo y la oración del Padrenuestro ponen de manifiesto que nos dirigimos a nuestro Padre y, por lo tanto, conformamos una comunidad que ha de preocuparse por el resto de la humanidad. La Biblia nos invita a compartir la manifestación del amor de Dios en la preocupación por el prójimo y mediante la difusión del mensaje de Jesús. Su lectura no deja indiferente ni el lector puede ser un mero espectador de lo narrado. Su mensaje interpela e invita a un compromiso misionero. Estas implicaciones del mensaje todavía perduran en la lectura comunitaria que realizan algunas comunidades que se reúnen en torno a los textos de la Escritura, descubriendo así sus responsabilidades misioneras.

¿Cómo hacer llegar el mensaje de la Biblia a las personas? Es verdad que en el siglo XXI, la mayor parte de la población tiene acceso a la lectura de los textos bíblicos, pero no es menos cierto que en países tradicionalmente cristianos, muchos cristianos no leen la Palabra de Dios. Tal vez estemos en el mundo de la imagen, y ese libro se pueda caer de las manos por falta de explicación. Nos viene a la memoria el pasaje de Felipe y el etíope de Candace (Hech 8,31). Tal vez haya que buscar nuevos modos de anunciar el mensaje. En lugar de la palabra, los modernos medios de comunicación intentan ayudar a visualizar, interiorizar y aceptar el contenido bíblico. Esto no es una novedad. Los artistas cristianos han hecho uso, durante siglos, de la literatura, la música, la pintura, la escultura y la arquitectura para transmitir la belleza del texto bíblico.

Pero al margen de los medios, la lectura de la Biblia constituye un desafío, una invitación al compromiso misionero. Su mensaje se convierte en una acción subversiva, ya que confronta la autoridad de la Palabra de Dios, que exige justica y solidaridad, con  las estructuras, no siempre justas, de la sociedad. La Biblia es un instrumento de la misión de la Iglesia y, de forma especial, Hechos de los Apóstoles.

             Hechos de los Apóstoles: paradigma de la misión lucana

 En los dos primeros capítulos emergen cuatro formas de relación entre el Evangelio y la misión. En muchos aspectos, Hechos es el segundo tomo de la obra lucana, estableciendo una conexión entre el Evangelio (la historia de Jesús) y la misión (la historia de la obra del Espíritu Santo en la iglesia). Jesús, el heraldo del reino de Dios, se convierte ahora en el contenido de la predicación, como se constata en el discurso de Pedro el día de Pentecostés. La historia del Evangelio continúa ahora en el relato de los testigos de la Iglesia primitiva. En segundo lugar, la presencia y la fuerza del Espíritu guían la misión. En el día de la Ascensión, Jesús pide a sus seguidores permanecer en Jerusalén para recibir el Espíritu, no para su propia edificación personal, sino para que puedan ser testigos en Judea, Samaria y hasta los confines del mundo. El Espíritu es el vínculo entre el evangelio y la misión, quien envía a los cristianos a proclamar el evangelio, y éste es una llamada a la misión.

En tercer lugar, la imagen idílica de la iglesia en Jerusalén, configurada en respuesta al evangelio de Jesús, es en sí misma un elemento clave en la misión. La Iglesia no puede proclamar una cosa y vivir otra. La vivencia fiel del Evangelio hace que la Iglesia se convierta en signo de comunidad, de justicia y de amor. No extraña, pues, que los primeros seguidores de Jesús fueran admirados por el pueblo y varias personas se adhirieran a sus filas. Por último, Jesús y el Espíritu son dos claves fundamentales, pero no hay duda de que la obra de Dios enmarca toda la historia. Dios está obrando en el mundo y lo que le sucede a Jesús, el envío del Espíritu, y la respuesta de los discípulos y de la multitud forman parte del plan de Dios. A través del Espíritu y el evangelio, Dios llama a otros a unirse a su misión en el mundo.

El medio para realizar esta misión era el discurso acompañado de signos. Hechos contiene ocho grandes discursos misioneros[1], lo que refleja su importancia estratégica en la expansión misionera de la Iglesia Primitiva según la concepción lucana. Sus destinatarios era un público heterogéneo: judíos, temerosos de Dios o gentiles. Estos discursos tenían una estructura y ciertos elementos comunes, lo que permite extraer algunas conclusiones.

En primer lugar, su estructura común refleja un patrón habitual de predicación en los discursos misioneros en la Iglesia Primitiva. Se discute si este paradigma es creación lucana o si se basó en fuentes orales y escritas, que estaban a su disposición. En segundo lugar, estas alocuciones se caracterizan por dirigirse a la audiencia, explicando la situación que los propiciaron, e informan acerca de las reacciones de la audiencia. Cuatro de estos discursos explican el significado de un signo previo, lo que denota que los signos necesitan interpretación, ya que, en la opinión del orador(s), los milagros pueden ser mal interpretados o no entenderse como revelación del poder de Cristo resucitado, de la obra del Espíritu o de Dios. La interpretación propuesta es cristológica. De esta forma, los signos se entendieron como una confirmación de la resurrección de Cristo y como continuación de su presencia en la iglesia. Además, las interpretaciones estaban vinculadas con la actividad de Jesús y con la fe en él, así como con las actividades de Dios en la historia pasada y presente. Por otra parte, los discursos fueron utilizados escatológicamente para proclamar que ha llegado el tiempo mesiánico.

En tercer lugar, observamos que la predicación misionera contiene tres elementos. En la mayoría de los casos, aparece un breve resumen de la vida, muerte y resurrección de Jesús (kerigma), o una mención de la obra de Dios y de su relevancia. Luego viene la prueba de las Escrituras, que normalmente es una cita del AT, seguida de su exposición o una referencia a autores helenísticos. Por último aparece una exhortación a la conversión, que sigue y presupone la proclamación del evangelio y del Dios de la creación y de la historia, y la prueba de la Escritura. Por lo tanto, los discursos se centraban en la vida de Jesús, su pasión, muerte y resurrección, y su regreso en gloria para el juicio final. Estos eventos son vistos como deseados por Dios y que procedan de él, con el Espíritu Santo como testigo que confirma esa interpretación. Cuando el auditorio es judío, se refiere a Dios como el Dios de nuestros padres, expresión conocida a través de la historia de salvación judía. Para un público gentil, se presenta a Dios como creador del cielo, de la tierra y el mar, que concede lluvias y estaciones fructíferas y colma a las personas con alimentos y alegría. En otras palabras, los discursos contenían elementos esenciales del evangelio sobre Jesucristo - elementos que fueron más tarde adoptados también en los credos ecuménicos de la iglesia cristiana – el credo apostólico y el de Nicea.

La mayor parte de los textos del AT que se aducen como prueba de la Escritura, en siete de los discursos, son textos que se leían según las expectativas mesiánicas del judaísmo. En los testimonios argumentativos de las Escrituras, las interpretaciones mesiánicas de los textos del AT se utilizaron de forma cristológica, vinculando el cumplimiento de las promesas a la persona y obra de Jesucristo. De esta manera, el objetivo de los apóstoles era evidente para demostrar que las promesas y los tiempos mesiánicos se cumplieron en la vida y la persona de Jesús, e invitan al auditorio a recibir el kerygma con fe.

Continuará mañana...
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[1] Hech 2,14-39; 3,12-26; 4,8-12.19-20; 5,29-32; 10,34-43; 13,16-41; 14,15-17; 17,22-31.



lunes, 27 de mayo de 2013


¿SABES RESPIRAR CONSCIENTEMENTE? 


Probablemente no has contado cuantas veces respiras en el día, ni siquiera te lo habrás planteado. Tranquil@, no voy a pedirte que lo hagas.

Respiras, estás viv@, ¿qué más quieres?

Sin embargo, hay una manera de respirar que quizá aún no has descubierto, en la que no te has ejercitado y en la que eres más consciente de lo que te ocurre por dentro; con la que puedes sentirte mejor, en la que puedes descubrir no sólo que estás viv@, sino que eres vida. Es una manera de ser que se va descubriendo con paciencia y dedicando momentos de atención.

¿Tienes tiempo? porque hasta respirar conscientemente, necesita su momento de tranquilidad y su momento de simplemente estar. Se trata de una atención plena, no mental, no de pensamiento sino de experiencia, de identidad.

Prueba a ratos. Cierra los ojos y respira, relájate y disfruta, hasta que tu cuerpo esté cómodo y se hayan ido todas las tensiones; hasta que en tu cara te salga una sonrisa, hasta que sientas la belleza y la bondad que hay en tí; hasta que desees que tu día va a estar bien con lo que llegue. Recibelo, acogelo con una actitud positiva.

Sueña que así va a ser.






¿Cómo te fue la experiencia?


domingo, 26 de mayo de 2013

MISTERIO DE BONDAD


A lo largo de los siglos, los teólogos se han esforzado por investigar el misterio de Dios ahondando conceptualmente en su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.
A Dios Jesús lo llama “Padre” y lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a luchar contra lo que hace daño al ser humano. Para él, ese misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios” es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana.
Jesús no separa nunca a ese Padre de su proyecto de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado en su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e hijas. Por eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más en entre nosotros.
Por otra parte, Jesús se experimenta a sí mismo como “Hijo” de ese Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador del Padre y para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de la muerte. Por eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en compasión por todos los que sufren.
Por eso, la existencia entera de Jesús, el Hijo de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la salvación que viene del Padre.
Por último, Jesús actúa siempre impulsado por el “Espíritu” de Dios. Es el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de su proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es su fuerza salvadora la que se manifiesta en toda su trayectoria profética.
Este Espíritu no se apagará en el mundo cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el misterio de la Trinidad.

José Antonio Pagola

jueves, 23 de mayo de 2013

HOY CELEBRAMOS QUE SOMOS y podemos darle la vuelta a las cosas: somosasi.org


¡ ATREVETE A DARLE LA VUELTA A LAS COSAS! CON UN SÍMBOLO:
una prenda de vestir.

Saben los historiadores que el Papa del tiempo de san Francisco, Inocencio III (1198-1216), llevó el papado a un apogeo y esplendor como nunca lo había habido antes ni lo habrá después. Hábil político, consiguió que todos los reyes, emperadores y señores feudales, solo con algunas excepciones, fuesen sus vasallos. Bajo su regencia estaban los dos poderes supremos: el Imperio y el Sacerdocio.

Ser sucesor del pescador Pedro era poco para él. Se declaró «representante de Cristo», pero no del Cristo pobre, que andaba por los polvorientos caminos de Palestina, profeta peregrino, anunciador de una radical utopía, la del Reino del amor incondicional al prójimo y a Dios, de la justicia universal, de la fraternidad sin fronteras y de la compasión sin límites. Su Cristo era el Pantocrator, el Señor del Universo, cabeza de la Iglesia y del Cosmos.

Esta visión favoreció la construcción de una Iglesia monárquica, poderosa y rica pero absolutamente secularizada, contraria a todo lo que es evangélico.

Tal realidad sólo podía provocar una reacción contraria entre el pueblo. Surgieron los movimientos pauperistas, de laicos ricos que se hacían pobres. Predicaban por su cuenta el evangelio en la lengua popular: el evangelio de la pobreza contra el fasto de las cortes, de la sencillez radical contra la sofisticación de los palacios, la adoración al Cristo de Belén y de la Crucifixión contra la exaltación de Cristo Rey todo poderoso. Eran los valdenses, los pobres de Lyon, los seguidores de Francisco, de Domingo y de los siete Siervos de María de Florencia, nobles que se hicieron mendicantes.

A pesar de este fasto, Inocencio III fue sensible a Francisco y a los doce compañeros que lo visitaron, desharrapados, en su palacio de Roma, para pedirle permiso para vivir según el evangelio. Conmovido y con remordimientos, el Papa les concedió un permiso oral. Corría el año 1209. Francisco no olvidaría este gesto generoso.

Pero la historia da sus vueltas. Lo que es verdadero e imperativo, llegado su momento de maduración, se revela con una fuerza volcánica. Y se reveló en 1216 en Perugia adonde fue el Papa Inocencio III a uno de sus palacios. Súbitamente el Papa muere después de 18 años de pontificado triunfante. Pronto se oyen los sonidos lúgubres del canto gregoriano provenientes de la catedral pontificia. Se entona el grave planctum super Innocentium («el llanto sobre Inocencio»).

Nada detiene a la muerte, señora de todas las vanidades, de toda la pompa, de toda gloria y de todo triunfo. El ataúd del Papa está frente al altar mayor cubierto de oropeles, joyas, oro, plata y los signos del doble poder sagrado y secular. Cardenales, emperadores, príncipes, monjes y filas de fieles se suceden en la vigilia. El obispo Jacques de Vitry, llegado de Namur y nombrado después cardenal de Frascati, es quien lo cuenta.

Es medianoche. Todos se retiran apesadumbrados. Solamente la luz vacilante de las velas encendidas proyecta fantasmas en las paredes. El Papa, en otro tiempo siempre rodeado de nobles, está ahora solo con las tinieblas. Y de pronto unos ladrones entran sigilosamente en la catedral. En pocos minutos despojan el cadáver de todas las ropas preciosas, del oro, la plata y las insignias papales.

Ahí yace un cuerpo desnudo, ya casi en descomposición. Se hace realidad lo que Inocencio III dejara registrado en un famoso texto suyo sobre «la miseria de la condición humana». Ahora ella se muestra con toda la crudeza en su verdadera condición.

Un pobrecito, sucio y miserable, se había escondido en un rincón oscuro de la catedral para velar, rezar y pasar la noche junto al Papa. Se quitó la túnica rota y sucia, túnica de penitencia, y con ella cubrió las vergüenzas del cadáver ultrajado.

Siniestro destino de la riqueza, grandioso el gesto de la pobreza. La primera no lo salvó del saqueo, la segunda lo salvó de la vergüenza.

Y concluye el cardenal Jacques de Vitry: «Entré en la iglesia y me di cuenta, con plena fe, de cuán breve es la gloria engañosa de este mundo».

Aquel al que todos llamaban Poverello y Fratello nada dijo ni nada pensó. Sólo hizo. Quedó desnudo para cubrir la desnudez del Papa que un día le aprobara el modo de vida. Francisco de Asís, fuente inspiradora del Papa Francisco de Roma.

miércoles, 22 de mayo de 2013

LA IGLESIA PUEDE APRENDER DE LOS ELEFANTES
Todas las organizaciones, incluida la Iglesia, pueden ser compradas a los elefantes, porque, como ellos, llegan a ver a su propio mundo a través de un proceso de condicionamiento. Los elefantes adultos están condicionados a permanecer en un lugar, porque cuando eran pequeños fueron encadenados a unas estacas profundamente clavadas en tierra; los elefantes maduros podrían desenterrar las estacas, pero su condicionamiento es tan fuerte que ni siquiera intentan moverse. Se comportan exactamente como se les entrenó para hacerlo. Las  organizaciones de las culturas son análogas: en principio, dinámicas y móviles  como las crías de elefante y, más tarde, condicionadas por el status quo. Su axioma es el siguiente: “si siempre hemos actuado de este modo, ¿por qué tenemos que cambiar?” Y las experiencias caóticas hacen aún más atractivos los seguros caminos del pasado.
¿Qué pueden enseñar los elefantes a la Iglesia? Jesús, al que le gustaba utilizar ejemplos con los que su audiencia estuviera familiarizada para ilustrar su mensaje, respondería que mucho… Quizá pueda alentarnos el hecho de que incluso en los tiempos veterotestamentarios el condicionamiento al modo de los elefantes floreció con resultados bastante predecibles. Una vez que los israelitas tomaron posesión de la tierra prometida, cayeron víctimas del falso condicionamiento consistente en la creencia en que cuantos más bienes poseían, más los amaba Yahvé, no viendo la codicia y el falso sentimiento de seguridad que corroían sus corazones. Los profetas clamaron contra ello durante generaciones con escasos resultados, y se necesitaría la dramática experiencia caótica del exilio, la pérdida de todas las posesiones- especialmente la monarquía, Jerusalén y el templo-, antes de que algunos llegaran a ver lo grave que había sido su condicionamiento. Entonces descubrieron los peligros de consolarse con las manifestaciones externas de la religión  o con la mera observancia, en lugar de vivir una fe viva, arriesgada y creativa.
En la Iglesia hay muchas personas que consciente o inconscientemente, dan su aquiescencia a un “restauracionismo”, como viejos elefantes condicionados a permanecer cómoda y acríticamente encadenados a las estacas de la “Iglesia-gueto” del pasado. Si la Iglesia ha de volver a ser joven de nuevo, según el deseo de Cristo y del Vaticano II, necesitamos disidentes esperanzados en todos los niveles de eclesiales. Precisamos líderes, tanto en las más pequeñas comunidades cristianas como en las más altas instancias pastorales de la Iglesia, dotados de una “imaginación creativa carismáticamente inspirada”, como incisivamente nos recuerda Karl Rahner. Necesitamos personas con una visión nueva de la Iglesia acorde a los valores del Vaticano II y que sientan profundamente lo que Pablo VI denominaba la “ruptura entre Evangelio y cultura”. Este es el “drama de nuestro tiempo”… Por tanto, debemos hacer todos los esfuerzos posibles para lograr una plena evangelización de… las culturas. Personas que comprendan las profundas causas del carácter condicionante del status quo para la Iglesia y que consideren el cambio esencial y posible, aunque los pasos hacia adelante tengan que ser pequeños y vacilantes. Para ellas, “lo imposible para los hombres es posible para Dios”, y no tienen reparos en admitir la fórmula general de cualquier innovación, incluso en la Iglesia: disposición a cuestionar el status quo, imaginación programática, ideas, iniciativa, valor y unos cuantos amigos que ayuden a concretar el proyecto.

(Gerald A. Arbuckle, Redundar la Iglesia. Disidencia y liderazgo, Sal Terrae) 



Para orar



A través del Amor
las espinas se transforman en rosas.
A través del Amor
el vinagre se transforma en dulce vino.
A través del Amor
la pira se transforma en trono.
A través del Amor
el revés de la fortuna buena suerte parece.
A través del Amor
una parrilla cubierta de cenizas semeja un jardín.
A través del Amor
el demonio se vuelve una hurí.
A través del Amor
la dura piedra se torna blanda cual manteca.
A través del Amor
la congoja es alegría.
A través del Amor
se transforman en ángeles los vampi¬ros.
A través del Amor
las picaduras son como miel.
A través del Amor
los leones son inofensivos como raton¬cillos.
A través del Amor
la enfermedad es salud.
A través del Amor
la ira se torna en misericordia…



(Y. Rumi, poeta místico musulmán sufí del s. XIII)

martes, 21 de mayo de 2013


Disidencia es esencial para la misión de la Iglesia

Cuando los dirigentes de la Iglesia o de otras organizaciones están preocupados por el futuro, fomentan un razonable grado de diversidad y disidencia. «Disidencia» es una palabra sumamente emotiva y que induce a confusión, especialmente para las personas que están irrevocablemente ligadas al status quo o que temen cualquier tipo de cambio. La realidad, sin embargo, es que no puede haber ningún cambio constructivo, ni siquiera en la Iglesia, a no ser que exista alguna forma de disidencia.
En las sociedades abiertas, los disidentes tienen derechos, pero también deberes. Deben proponer sus acciones alternativas y luchar por ellas con respeto, paciencia y tolerancia, dones tan brillantemente ejemplificados por los profetas de la antigüedad. Jesucristo fue uno de estos disidentes responsables. Con paciencia, valor y amor, desafió el status quo religioso y cultural de su tiempo, proponiendo un modo de vida alternativo y viviendo lo que predicaba. Gradualmente, las personas fueron aceptando su persona y su mensaje transmitido, o bien directamente por él mismo, o bien indirectamente a través de sus discípulos. Martin Luter King fue otro disidente responsable que desafió a su nación mediante la acción no violenta basada en los frecuentemente afirmados principios de igualdad humana; con el tiempo, muchas personas llegaron a aceptar lo que él dijo o hizo, cambiando así el modo de vida de la nación. Sin embargo, tuvo que haber un cierto grado de apertura en el sistema político americano para permitir a King continuar actuando como lo hizo. En el caso de Jesús, el sistema jerárquico político y religioso de Palestina no pudo, finalmente, seguir tolerando la disidencia, porque sus dirigentes se dieron cuenta del caos al que les conduciría en sus propias vidas y en la organización que sustentaban. Y su caza de brujas terminó con la muerte de Cristo.
Ya en 1950, Pío XII reconoció la urgencia de que la Iglesia fuera un curpo abierto al disenso responsable o fundamentado. Hablando primero en términos generales sobre las organizaciones, dijo que «donde no existe la expresión de la opinión pública, nos vemos obligados a decir que hay un defecto, una debilidad, una enfermedad en la vida social de ese grupo». Después aplicó el argumento a la Iglesia: «Porque ella es también un cuerpo vivo y, si no hubiera opinión pública en su interior, le faltaría algo; se trataría de un defecto del que serían responsables tanto los pastores como los fieles… Juan Pablo II, como arzobispo de Cracovia dijo con estimable fuerza que la «conformidad significa la muerte para cualquier comunidad»
No obstante, estas afirmaciones de radical apoyo a la oposición responsable como un modo de promover la apertura de la Iglesia no describen lo que de hecho está en general sucediendo… Existen intentos bien orquestados de devolver a la Iglesia al gueto cultural u oposición a la mentalidad del mundo de los tiempos preconciliares. Los esfuerzos para devolver a la Iglesia al periodo anterior al Vaticano II constituye una de las opciones culturalmente predecibles, pero teológicamente inaceptables, de reacción ante el caos precipitado en significativa medida por la revolución teológico-cultural del Vaticano II. Con caos me refiero a la ruptura cultural, generalmente repentina, por la que se desintegra la red de sistemas significativamente (símbolos, mitos y ritos) de las personas. Como resultado de las inseguridades e incertidumbres suscitadas por el caos, las personas se sienten turbadas, confusas, airadas y perdidas.
Este caos puede ser también el catalizador de una inmensa oleada evangelizadora inspirada por la fe, porque puede forzarnos a buscar modos radicalmente nuevos de predicar la Buena Nueva. La tarea y los riesgos que conlleva son tan enormes que la expresión « renovación de la Iglesia » ya no resulta adecuada para transmitir la inmensidad del desafío que tenemos ante nosotros. Es necesaria una nueva expresión. Por eso yo hablo del proceso de refundar la Iglesia, es decir, de encontrar e implementar nuevas formas de llevar al mundo la Buena Noticia de la fe/justicia…

(Gerald A. Arbuckle, Refundar la Iglesia. Disidencia y liderazago, Sal Terrae)

lunes, 20 de mayo de 2013

Libro


    

 Los estudios sobre los orígenes del cristianismo han alcanzado una amplia relevancia en el vasto campo bíblico. Esta es una de las razones que  explica porqué  en los últimos años la literatura al respecto ha proliferado enormemente. El contacto con otras áreas científicas como la sociología, la antropología, la arqueología, la paleografía, la fenomenología, etc., ha conseguido que los estudios bíblicos se vean cada vez más enriquecidos;  lo cual supone una amplia gama de perspectivas, «juicios valorativos» más certeros y serios, sumando  el nivel de interdisciplinariedad que todo ello comporta.
     En lo referente a estudios de Nuevo Testamento, se ha advertido en los últimos años un creciente interés por atender a los datos proporcionados por la arqueología y la papirología, y a las interpretaciones que los especialistas autorizados en ambas materias están en condiciones de emitir.  Se cuenta con una cantidad impresionante de material (literario y no literario), cuyo estudio y análisis supone una fuerte incidencia en la apasionante investigación de los orígenes cristianos. El libro que ahora presentamos de forma sucinta, es una muestra de lo dicho anteriormente. Se trata de una obra del prolífico profesor, Larry W. Hurtado, Los primitivos papiros cristianos. Un estudio de los primeros testimonios materiales del movimiento de Jesús.  Una obra que como bien asegura su autor, desea «contribuir al enriquecimiento interdisciplinar del análisis histórico del cristianismo primitivo»; a que, tanto los especialistas como los demás interesados en la temática, puedan familiarizarse y no ver estos testimonios- como sucede en muchos casos- absurdos esotéricos.
     Como señala el título, se trata de un estudio de los manuscritos (papiros) más antiguos que tenemos del movimiento de Jesús. Tras ofrecer una presentación inventariada del material siguiendo diferentes parámetros de clasificación, y una vez examinados, L. Hurtado llega a constar tres rasgos que se convertirán en las tres cuestiones dominantes a resolver. El primer rasgo- quizá uno de los más importantes- es la evidente preferencia del códice en la praxis literaria de los seguidores de Jesús, o del incipiente cristianismo, en detrimento del rollo que era el formato habitual de la época. Detrás de esta opción parecen esconderse motivos más que prácticos, la búsqueda de tales y su justificación será la primera cuestión a responder.
     Los otros dos rasgos que detecta L. Hurtado son los llamados nomina sacra, y el denominado estaurograma. Como el caso anterior, se trata igualmente de rasgos únicos y particulares de la primitiva praxis literaria del cristianismo. Respecto a los nomina sacra, estos consisten sin más, en la abreviación de algunas palabras (= nombres sagrados), y que según Hurtado, tuvieron su origen en la primitiva piedad cristiana y son un reflejo de ella, con una cierta relación histórica a la praxis de los escribas judíos, que suponía dispensar un trato especial  al Tetragrámaton (Nombre Divino). Finalmente, el  estaurograma es otro rasgo gráfico reflejado en algunos manuscritos cristianos antiguos; consiste en la ligadura  de las letras griegas rho (P) y tau (T) formando un monograma. Su caso es particular; a diferencia de los otros monogramas que remitían directamente a Cristo, bien por su nombre o por un titulo cristológico, rho-tau no derivan de ello, sino que parecen hacer referencia a la cruz.
Una breve descripción del autor
Larry W. Hurtado es profesor de Nuevo Testamento en la Universidad de Edimburgo (Escocia). Reconocido por sus fructuosos trabajos sobre el cristianismo primitivo. Entre su producción destaca el célebre libro Señor Jesucristo: la devoción a Jesús en el cristianismo primitivo; ¿Cuándo Jesús llegó a ser Dios?
Por Glen Aráuz, OSA

domingo, 19 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS

 

Ecos del Evangelio de Juan 14, 15-16;23-26

 

El que me ama guardará mi palabra

El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

 


VIVIR EL CUIDADO

 
 Me alegró que, en la homilía del inicio “oficial” de su pontificado, el papa Francisco se centrara –era el día 19 de marzo, fiesta de san José, “custodio” de María y de Jesús- en la misión de custodiar la vida.

Y me trajo a la memoria el mito de Cuidado, elaborado en los comienzos de nuestra era, que reproduzco a continuación:

Cuidado encuentra un trozo de barro y empieza a darle forma. Pasa Júpiter y, a petición de Cuidado, le sopla su espíritu. Pero cuando Cuidado quiere poner nombre a lo que había modelado, Júpiter se lo prohibió. Mientras ambos discutían, paso Tierra (Tellus), que también quiso ser quien le pusiera el nombre. Y empezaron una fuerte discusión.

De común acuerdo, pidieron a Saturno que hiciera de árbitro; y Saturno tomó esta decisión: “Tú, Júpiter, le diste el espíritu; cuando muera, se te devolverá. Tú, Tierra, le diste el cuerpo; cuando muera, se te devolverá. Pero como tú, Cuidado, fuiste el que modelaste a la criatura, la tendrás bajo tus cuidados mientras viva… Y ya que entre vosotros hay una acalorada discusión en cuanto al nombre, decido yo: esta criatura se llamará Hombre, es decir, hecha de humus, que significa «tierra fértil»”.

“Custodia” y “cuidado” son nombres que podemos aplicar adecuadamente al Espíritu. El evangelio lo llama “defensor” (en el original griego, “parakletós”: “el que está al lado”). Y está “al lado” como cuidado permanente.

Ahora bien, en una perspectiva mental, todo se halla separado de todo. Por eso, también el Espíritu es imaginado como una entidad separada, lejana o cercana, que nos acompaña “desde fuera”..., aunque se diga que "nos" habita.

Tal planteamiento me parece legítimo en esa perspectiva, para personas que se mueven en un modelo dual (mental) de conocer.

Pero quizás podamos avanzar un poco más, empezando a vislumbrar que ese modelo de conocer es muy limitado –se halla encerrado en los límites siempre estrechos de la razón-, y que si nos abrimos a la perspectiva no-dual, lo percibido se modifica sustancialmente.

En la nueva perspectiva, el Espíritu es no-separado de nada. Más aún, es –aunque expresado en la pobreza de nuestro lenguaje- el “núcleo” de todo lo que existe, la “otra cara” de todo lo visible.

Todo es Espíritu manifestándose en un “juego” infinito de formas, en una admirable no-dualidad. El Espíritu y nosotros no somos dos. Somos –por decirlo, una vez más, con las palabras de Pierre Teilhard de Chardin- “seres espirituales viviendo una aventura humana”.

Más allá de las formas de nuestros yoes, somos Espíritu que en ellas se expresa y manifiesta. ¿Podría haber algo separado del Espíritu? Mejor todavía: ¿podría existir algo “fuera” del Espíritu? Todo es Espíritu en un despliegue y manifestación permanente.

Cuando advertimos esta realidad profunda, se realizan en nosotros las palabras de Jesús: la unidad de todo morando en nosotros, en el Amor –otro nombre del Espíritu-, como única realidad que todo lo sustenta y constituye.

Es claro que todo esto no puede percibirse desde la mente, que, por su propia naturaleza, tiende a separar y fraccionar todo.

Para abrirnos a esta nueva perspectiva, de modo que podamos experimentarla por nosotros mismos, necesitamos acallar la mente, abrirnos directamente a lo que es, y percibir, con gozo, que podemos descansar siempre en ello. Descanso es otro nombre del Espíritu.

Pero necesitamos acallar la mente porque, como ha escrito Consuelo Martín, en su libro “La revolución del silencio”, “si no hay silencio del pensamiento no sabremos lo que es la verdadMientras estoy pensando creo que veo la verdad de las cosas pero lo único que hago es barajar interpretaciones escuchadas a otros. No descubro sino por serena observación que ver no es pensar”.

En el silencio de la mente se nos revela el Espíritu, no como algo separado, sino como la “sustancia” de todo lo que es, Cuidado, Descanso y Dinamismo…, Vida en plenitud. Y eso es lo que somos todos.

-Enrique Martinez Lozano-


sábado, 18 de mayo de 2013


PARARSE


En un mundo de tanto ruido, de quejas constantes, de tristezas y dolor, de oir pero no escuchar, de idas y venidas sin mirar a los ojos, de hacer cosas, de la rutina establecida...de lo que te carga de fuera...

 

PARARSE para "ver" lo de dentro. Dejarse fluir para que aflore lo que llevas, para liberarte, para coger fuerzas, para renovarse y volver a caminar.

 

PARARSE para encontrarse con aquellos que no volverás a ver pero que están por siempre ahí; donde tú sólo sabes, dentro de tí, sonriendo y acompañándote en cada cosa que haces.

 

PARARSE para quererse, curar las heridas, para abandonarte, para confiar en quien sabes te ama.

 



 
 
 
¿Para qué te paras tú?
¿Sientes esa necesidad?
 
 
 


viernes, 17 de mayo de 2013

CUENTO TAOÍSTA



perro guappo!!



Un hombre trataba de administrar cada día aceite de higado de bacalao a su pastor alemán porque le habían dicho que era bueno para los perros.
Así que cada día sujetaba con fuerza entre sus rodillas la cabeza de su perro y, entre forcejeos, le obligaba a abrir la boca y a tragar una buena cucharada de aceite.
Un día el perro consiguió soltarse y el líquido fue a para al suelo. Entonces, ante el asombro del dueño, el perro se acercó tranquilamente al aceite derramado, lo lamió y a continuación dió un par de golosos lengüetazos a la cuchara.
En aquel momento, el hombre comprendió que lo que el perro rechazaba no era el aceite, sino el modo de administrarselo.
 
 
¿Qué te sugiere este cuento?


jueves, 16 de mayo de 2013

CAMBIO DE PARADIGMA


HANS KÜNG

Las enseñanzas de Francisco de Asís de altruismo y fraternidad deberían ser actualizadas




¿Paupertas, pobreza? En el espíritu de Inocencio III, la Iglesia es una Iglesia de la riqueza, del advenedizo y de la pompa, de la avidez extrema y de los escándalos financieros. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia de la política financiera transparente y de la vida sencilla, una Iglesia que se preocupa principalmente por los pobres, los débiles y los desfavorecidos, que no acumula riquezas ni capital, sino que lucha activamente contra la pobreza y ofrece condiciones laborales ejemplares para sus trabajadores.
¿Humilitas, humildad? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia del dominio, de la burocracia y de la discriminación, de la represión y de la Inquisición. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del altruismo, del diálogo, de la fraternidad, de la hospitalidad incluso para los inconformistas, del servicio nada pretencioso a los superiores y de la comunidad social solidaria que no excluye de la Iglesia nuevas fuerzas e ideas religiosas, sino que les otorga un carácter fructífero.

¿Simplicitas, sencillez? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia de la inmutabilidad dogmática, de la censura moral y del régimen jurídico, una Iglesia del miedo, del derecho canónico que todo lo regula y de la escolástica que todo lo sabe. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del mensaje alegre y del regocijo, de una teología basada en el mero Evangelio, que escucha a las personas en lugar de adoctrinarlas desde arriba, que no solo enseña, sino que también está constantemente aprendiendo.

De esta forma, se pueden formular asimismo hoy día, en vista de las preocupaciones y las apreciaciones de Francisco de Asís, las opciones generales de una Iglesia católica cuya fachada brilla a base de magnificentes manifestaciones romanas, pero cuya estructura interna en el día a día de las comunidades en muchos países se revela podrida y quebradiza, por lo que muchas personas se han despedido de ella tanto interna como externamente.
Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan que se les quite el poder acumulado
 
No obstante, ningún ser racional esperará que una única persona lleve a cabo todas las reformas de la noche a la mañana. Aun así, en cinco años sería posible un cambio de paradigma: eso lo demostró en el siglo XI el papa León IX de Lorena (1049-1054), que allanó el terreno para la reforma de Gregorio VII. Y también quedó demostrado en el siglo XX por el italiano Juan XXIII (1958-1963), que convocó el Concilio Vaticano II. Hoy debería volver a estar clara la senda que se ha de tomar: no una involución restaurativa hacia épocas preconciliares como en el caso de los papas polaco y alemán, sino pasos reformistas bien pensados, planificados y correctamente transmitidos en consonancia con el Concilio Vaticano II.
 



Hay una tercera pregunta que se planteaba por aquel entonces al igual que ahora: ¿no se topará una reforma de la Iglesia con una resistencia considerable? No cabe duda de que, de este modo, se provocarían unas potentes fuerzas de reacción, sobre todo en la fábrica de poder de la curia romana, a las que habría que plantar cara. Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan de buen grado que se les arrebate el poder que han ido acumulando desde la Edad Media.

El poder de la presión de la curia es algo que también tuvo que experimentar Francisco de Asís. Él, que pretendía desprenderse de todo a través de la pobreza, fue buscando cada vez más el amparo de la "santa madre Iglesia". Él no quería vivir enfrentado a la jerarquía, sino de conformidad con Jesús obedeciendo al papa y a la curia: en pobreza real y con predicación laica. De hecho, dejó que los subieran de rango a él y a sus acólitos por medio de la tonsura dentro del estatus de los clérigos. Eso facilitaba la actividad de predicar, pero fomentaba la clericalización de la comunidad joven, que cada vez englobaba a más sacerdotes. Por eso no resulta sorprendente que la comunidad franciscana se fuera integrando cada vez más dentro del sistema romano.


Los últimos años de Francisco quedaron ensombrecidos por la tensión entre el ideal original de imitar a Jesucristo y la acomodación de su comunidad al tipo de vida monacal seguido hasta la fecha.




En honor a Francisco, cabe mencionar que falleció el 3 de octubre de 1226 tan pobre como vivió, con tan solo 44 años. Diez años antes, un año después del IV Concilio de Letrán, había fallecido de forma totalmente inesperada el papa Inocencio III a la edad de 56 años. El 16 de junio de 1216 se encontraron en la catedral de Perugia el cadáver de la persona cuyo poder, patrimonio y riqueza en el trono sagrado nadie había sabido incrementar como él, abandonado por todo el mundo y totalmente desnudo, saqueado por sus propios criados. Un fanal para la transformación del dominio en desfallecimiento papal: al principio del siglo XIII, el glorioso mandatario Inocencio III; a finales de siglo, el megalómano Bonifacio VIII (1294-1303), que fue apresado de forma deplorable; seguido de los cerca de 70 años que duró el exilio de Aviñón y el cisma de Occidente con dos y, finalmente, tres papas.

Menos de dos décadas después de la muerte de Francisco, el movimiento franciscano que tan rápidamente se había extendido pareció quedar prácticamente domesticado por la Iglesia católica, de forma que empezó a servir a la política papal como una orden más e incluso se dejó involucrar en la Inquisición.

Al igual que fue posible domesticar finalmente a Francisco de Asís y a sus acólitos dentro del sistema romano, está claro que no se puede excluir que el papa Francisco termine quedando atrapado en el sistema romano que debería reformar. ¿Es el papa Francisco una paradoja? ¿Se podrán reconciliar alguna vez la figura del papa y Francisco, que son claros antónimos? Solo será posible con un papa que apueste por las reformas en el sentido evangélico. No deberíamos renunciar demasiado pronto a nuestra esperanza en un pastor angelicus como él.


Por último, una cuarta pregunta: ¿qué se puede hacer si nos arrebatan desde arriba la esperanza en la reforma? Sea como sea, ya se ha acabado la época en la que el papa y los obispos podían contar con la obediencia incondicional de los fieles. Así, a través de la Reforma gregoriana del siglo XI se introdujo una determinada mística de la obediencia en la Iglesia católica: obedecer a Dios implica obedecer a la Iglesia y eso, a su vez, implica obedecer al papa, y viceversa. Desde esa época, la obediencia de todos los cristianos al papa se impuso como una virtud clave; obligar a seguir órdenes y a obedecer (con los métodos que fueran necesarios) era el estilo romano. Pero la ecuación medieval de "obediencia a Dios = obediencia a la Iglesia = obediencia al papa" encierra ya en sí misma una contradicción con las palabras de los apóstoles ante el Gran Sanedrín de Jerusalén: "Hay que obedecer a Dios más que a las personas".

Por tanto, no hay que caer en la resignación, sino que, a falta de impulsos reformistas "desde arriba", desde la jerarquía, se han de acometer con decisión reformas "desde abajo", desde el pueblo. Si el papa Francisco adopta el enfoque de las reformas, contará con el amplio apoyo del pueblo más allá de la Iglesia católica. Pero si al final optase por continuar como hasta ahora y no solucionar la necesidad de reformas, el grito de "¡indignaos!
indignez-vous!" resonará cada vez más incluso dentro de la Iglesia católica y provocará reformas desde abajo que se materializarán incluso sin la aprobación de la jerarquía y, en muchas ocasiones, a pesar de sus intentos de dar al traste con ellas. En el peor de los casos —y esto es algo que escribí antes de que saliera elegido el actual Papa—, la Iglesia católica vivirá una nueva era glacial en lugar de una primavera y correrá el riesgo de quedarse reducida a una secta grande de poca monta.
 
¿Qué te parece el paradigma que presenta este teólogo?

miércoles, 15 de mayo de 2013


CAMBIO DE PARADIGMA

HANS KÜNG

¿Quién lo iba a pensar? Cuando tomé la pronta decisión de renunciar a mis cargos honoríficos en mi 85º cumpleaños, supuse que el sueño que llevaba albergando durante décadas de volver a presenciar un cambio profundo en nuestra Iglesia como con Juan XXIII nunca llegaría a cumplirse en lo que me quedaba de vida.

Y, mira por dónde, he visto cómo mi antiguo compañero teológico Joseph Ratzinger —ambos tenemos ahora 85 años— dimitía de pronto de su cargo papal, y precisamente el 19 de marzo de 2013, el día de su santo y mi cumpleaños, pasó a ocupar su puesto un nuevo Papa con el sorprendente nombre de Francisco.

¿Habrá reflexionado Jorge Mario Bergoglio acerca de por qué ningún papa se había atrevido hasta ahora a elegir el nombre de Francisco? En cualquier caso, el argentino era consciente de que con el nombre de Francisco se estaba vinculando con Francisco de Asís, el universalmente conocido disidente del siglo XIII, el otrora vivaracho y mundano vástago de un rico comerciante textil de Asís que, a la edad de 24 años, renunció a su familia, a la riqueza y a su carrera e incluso devolvió a su padre sus lujosos ropajes.

Resulta sorprendente que el papa Francisco haya optado por un nuevo estilo desde el momento en el que asumió el cargo: a diferencia de su predecesor, no quiso ni la mitra con oro y piedras preciosas, ni la muceta púrpura orlada con armiño, ni los zapatos y el sombrero rojos a medida ni el pomposo trono con la tiara. Igual de sorprendente resulta que el nuevo Papa rehúya conscientemente los gestos patéticos y la retórica pretenciosa y que hable en la lengua del pueblo, tal y como pueden practicar su profesión los predicadores laicos, prohibidos por los papas tanto por aquel entonces como actualmente. Y, por último, resulta sorprendente que el nuevo Papa haga hincapié en su humanidad: solicita el ruego del pueblo antes de que él mismo lo bendiga; paga la cuenta de su hotel como cualquier persona; confraterniza con los cardenales en el autobús, en la residencia común, en su despedida oficial; y lava los pies a jóvenes reclusos (también a mujeres, e incluso a una musulmana). Es un Papa que demuestra que, como ser humano, tiene los pies en la tierra.
El pontífice no quiso ni la mitra con oro, ni los zapatos, ni el pomposo trono con la tiara
Todo eso habría alegrado a Francisco de Asís y es lo contrario de lo que representaba en su época el papa Inocencio III (1198-1216). En 1209, Francisco fue a visitar al papa a Roma junto con 11 hermanos menores(fratres minores) para presentarle sus escuetas normas compuestas únicamente de citas de la Biblia y recibir la aprobación papal de su modo de vida "de acuerdo con el sagrado Evangelio", basado en la pobreza real y en la predicación laica. Inocencio III, conde de Segni, nombrado papa a la edad de 37 años, era un soberano nato: teólogo educado en París, sagaz jurista, diestro orador, inteligente administrador y refinado diplomático. Nunca antes ni después tuvo un papa tanto poder como él. La revolución desde arriba (Reforma gregoriana) iniciada por Gregorio VII en el siglo XI alcanzó su objetivo con él. En lugar del título de "vicario de Pedro", él prefería para cada obispo o sacerdote el título utilizado hasta el siglo XII de "vicario de Cristo" (Inocencio IV lo convirtió incluso en "vicario de Dios"). A diferencia del siglo I y sin lograr nunca el reconocimiento de la Iglesia apostólica oriental, el papa se comportó desde ese momento como un monarca, legislador y juez absoluto de la cristiandad... hasta ahora.
Pero el triunfal pontificado de Inocencio III no solo terminó siendo una culminación, sino también un punto de inflexión. Ya en su época se manifestaron los primeros síntomas de decadencia que, en parte, han llegadohasta nuestros días como las señas de identidad del sistema de la curia romana: el nepotismo, la avidez extrema, la corrupción y los negocios financieros dudosos. Pero ya en los años setenta y ochenta del siglo XII surgieron poderosos movimientos inconformistas de penitencia y pobreza (los cátaros o los valdenses). Pero los papas y obispos cargaron libremente contra estas amenazadoras corrientes prohibiendo la predicación laica y condenando a los "herejes" mediante la Inquisición e incluso con cruzadas contra ellos.

Pero fue precisamente Inocencio III el que, a pesar de toda su política centrada en exterminar a los obstinados "herejes" (los cátaros), trató de integrar en la Iglesia a los movimientos evangélico-apostólicos de pobreza. Incluso Inocencio era consciente de la urgente necesidad de reformar la Iglesia, para la cual terminó convocando el fastuoso IV Concilio de Letrán. De esta forma, tras muchas exhortaciones, acabó concediéndole a Francisco de Asís la autorización de realizar sermones penitenciales. Por encima del ideal de la absoluta pobreza que se solía exigir, podía por fin explorar la voluntad de Dios en la oración. A causa de una aparición en la que un religioso bajito y modesto evitaba el derrumbamiento de la Basílica Papal de San Juan de Letrán —o eso es lo que cuentan—, el Papa decidió finalmente aprobar la norma de Francisco de Asís. La promulgó ante los cardenales en el consistorio, pero no permitió que se pusiera por escrito.

Francisco de Asís representaba y representa de facto la alternativa al sistema romano. ¿Qué habría pasado si Inocencio y los suyos hubieran vuelto a ser fieles al Evangelio? Entendidas desde un punto de vista espiritual, si bien no literal, sus exigencias evangélicas implicaban e implican un cuestionamiento enorme del sistema romano, esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que se había apoderado de Cristo en Roma desde el siglo XI.
Con Inocencio III se manifestaron los primeros síntomas de nepotismo y corrupción del Vaticano
Puede que Inocencio III haya sido el único papa que, a causa de las extraordinarias cualidades y poderes que tenía la Iglesia, podría haber determinado otro camino totalmente distinto; eso habría podido ahorrarle el cisma y el exilio al papado de los siglos XIV y XV y la Reforma protestante a la Iglesia del siglo XVI. No cabe duda de que, ya en el siglo XII, eso habría tenido como consecuencia un cambio de paradigma dentro de la Iglesia católica que no habría escindido la Iglesia, sino que más bien la habría renovado y, al mismo tiempo, habría reconciliado a las Iglesias occidental y oriental.

De esta manera, las preocupaciones centrales de Francisco de Asís, propias del cristianismo primitivo, han seguido siendo hasta hoy cuestiones planteadas a la Iglesia católica y, ahora, a un papa que, en el aspecto programático, se denomina Francisco:
paupertas (pobreza),humilitas (humildad) y simplicitas (sencillez).
Puede que eso explique por qué hasta ahora ningún papa se había atrevido a adoptar el nombre de Francisco: porque las pretensiones parecen demasiado elevadas.
Pero eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿qué significa hoy día para un papa que haya aceptado valientemente el nombre de Francisco? Es evidente que tampoco se debe idealizar la figura de Francisco de Asís, que también tenía sus prejuicios, sus exaltaciones y sus flaquezas. No es ninguna norma absoluta. Pero sus preocupaciones, propias del cristianismo primitivo, se deben tomar en serio, aunque no se puedan poner en práctica literalmente, sino que deberían ser adaptadas por el Papa y la Iglesia a la época actual.
Continuará mañana...