martes, 21 de mayo de 2013


Disidencia es esencial para la misión de la Iglesia

Cuando los dirigentes de la Iglesia o de otras organizaciones están preocupados por el futuro, fomentan un razonable grado de diversidad y disidencia. «Disidencia» es una palabra sumamente emotiva y que induce a confusión, especialmente para las personas que están irrevocablemente ligadas al status quo o que temen cualquier tipo de cambio. La realidad, sin embargo, es que no puede haber ningún cambio constructivo, ni siquiera en la Iglesia, a no ser que exista alguna forma de disidencia.
En las sociedades abiertas, los disidentes tienen derechos, pero también deberes. Deben proponer sus acciones alternativas y luchar por ellas con respeto, paciencia y tolerancia, dones tan brillantemente ejemplificados por los profetas de la antigüedad. Jesucristo fue uno de estos disidentes responsables. Con paciencia, valor y amor, desafió el status quo religioso y cultural de su tiempo, proponiendo un modo de vida alternativo y viviendo lo que predicaba. Gradualmente, las personas fueron aceptando su persona y su mensaje transmitido, o bien directamente por él mismo, o bien indirectamente a través de sus discípulos. Martin Luter King fue otro disidente responsable que desafió a su nación mediante la acción no violenta basada en los frecuentemente afirmados principios de igualdad humana; con el tiempo, muchas personas llegaron a aceptar lo que él dijo o hizo, cambiando así el modo de vida de la nación. Sin embargo, tuvo que haber un cierto grado de apertura en el sistema político americano para permitir a King continuar actuando como lo hizo. En el caso de Jesús, el sistema jerárquico político y religioso de Palestina no pudo, finalmente, seguir tolerando la disidencia, porque sus dirigentes se dieron cuenta del caos al que les conduciría en sus propias vidas y en la organización que sustentaban. Y su caza de brujas terminó con la muerte de Cristo.
Ya en 1950, Pío XII reconoció la urgencia de que la Iglesia fuera un curpo abierto al disenso responsable o fundamentado. Hablando primero en términos generales sobre las organizaciones, dijo que «donde no existe la expresión de la opinión pública, nos vemos obligados a decir que hay un defecto, una debilidad, una enfermedad en la vida social de ese grupo». Después aplicó el argumento a la Iglesia: «Porque ella es también un cuerpo vivo y, si no hubiera opinión pública en su interior, le faltaría algo; se trataría de un defecto del que serían responsables tanto los pastores como los fieles… Juan Pablo II, como arzobispo de Cracovia dijo con estimable fuerza que la «conformidad significa la muerte para cualquier comunidad»
No obstante, estas afirmaciones de radical apoyo a la oposición responsable como un modo de promover la apertura de la Iglesia no describen lo que de hecho está en general sucediendo… Existen intentos bien orquestados de devolver a la Iglesia al gueto cultural u oposición a la mentalidad del mundo de los tiempos preconciliares. Los esfuerzos para devolver a la Iglesia al periodo anterior al Vaticano II constituye una de las opciones culturalmente predecibles, pero teológicamente inaceptables, de reacción ante el caos precipitado en significativa medida por la revolución teológico-cultural del Vaticano II. Con caos me refiero a la ruptura cultural, generalmente repentina, por la que se desintegra la red de sistemas significativamente (símbolos, mitos y ritos) de las personas. Como resultado de las inseguridades e incertidumbres suscitadas por el caos, las personas se sienten turbadas, confusas, airadas y perdidas.
Este caos puede ser también el catalizador de una inmensa oleada evangelizadora inspirada por la fe, porque puede forzarnos a buscar modos radicalmente nuevos de predicar la Buena Nueva. La tarea y los riesgos que conlleva son tan enormes que la expresión « renovación de la Iglesia » ya no resulta adecuada para transmitir la inmensidad del desafío que tenemos ante nosotros. Es necesaria una nueva expresión. Por eso yo hablo del proceso de refundar la Iglesia, es decir, de encontrar e implementar nuevas formas de llevar al mundo la Buena Noticia de la fe/justicia…

(Gerald A. Arbuckle, Refundar la Iglesia. Disidencia y liderazago, Sal Terrae)

1 comentario:

  1. Gracias por el artículo. Es una suerte para las sociedades y las Iglesias, que haya gente disidente, inconformista, que plantea alternativas y nuevas formas.Lo suelen pagar con la vida, con la censura,con la marginalidad. Entiendo que es cómodo el tradicionalismo de siglos, siempre fue así,¿por qué plantearse otras cosas si se está bien situado, comida caliente en el plato,status?
    En los pueblos se dice que bajarse de la burra cuando uno está arriba, no suele hacerse por iniciativa propia...
    Me gusta este espacio abierto al diálogo donde se pueden aprender alternativas de otros mundos mejores posibles. Espacio que hace pensar, reflexionar, meditar, dialogar para encontrar la mejor verdad: el encuentro.
    ¡Es una pena que no haya más gente que se atreva y comente, para discutir distintos pareceres!Espero que no quiera decir "yo me quedo con mi forma de pensar,¿qué vas a aportarme tú?".Eso significaría que todo está correctamente bien, que no nos importa nada más que lo que recibamos.
    ¿Lo está, no hay nada mejorable, nada que nosotros podamos hacer, decir, pensar, sentir?
    Creo que Luter King,Gandhi,Simone Weil,Edith Stein... Jesús de Nazaret y tantos y tantas otras de otros tiempos y de estos, nunca lo creyeron.
    Ellos y ellas creían en la transformación. Por eso sus vidas en algún momento corrieron peligro.Por eso contribuyeron a que las sociedades, las personas, encontraran un sentido que entusiasmaba y llenaba de esperanza.

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