domingo, 23 de junio de 2013

Un Dios de y en la historia

Por. Glen Aráuz, OSA

Cuando en nuestro tiempo todo pareciera tener su respuesta, nos damos cuenta que no es así; sopesamos con muchas otras cosas y situaciones que no la tienen. Esas cosas tan comunes y tan propias de la vida, del “vaivén”  de cada día, dolor, el estar expuestos al fracaso; para otros la incertidumbre del mañana, o como lo expresaba Rubén Darío en su poema Lo Fatal: “no saber a dónde vamos ni de dónde venimos”,  situaciones todas estas, del diario vivir, ciertamente que son poco fáciles de dar una respuesta. Pero estas “cosas” de la vida no son de hoy, ha sido y seguirán siendo de “toda la vida”. Si la “actitud religiosa”, Dios, el cumplimiento de prácticas y preceptos, cobran un sentido, ese no es para hacer de calmante o de sopor; o de un “distractor” somnífero que haga olvidarse de ellas. Esto queda más que  constatado en la lectura del profeta Zacarías que se nos propone este domingo. 

La “experiencia” de Dios que Israel posee después de  haber padecido a carne viva la catástrofe del destierro no es la experiencia de “otra realidad” y mucho menos de “otro mundo”. Las zarandeadas y reveces históricos que le ha tocado vivir al Israel toman sentido desde una esperanza y desde una “certeza” que no arraigan en evasiones existenciales. Todo  lo contrario. La lectura que hace de su historia, tal como se ve reflejado en el texto de Zacarías, -con sus complejidades y tormentos- capta de una vez por todas que en verdad Dios actúa. Así como se ha visto cargado de imposibles tempestivos; allí, en esos escollos, es donde tiene lugar la manifestación  y la promesa de Dios. Si es cierto eso de que, para avivar la esperanza es preciso antes tocar fondo en la desesperación que nos lo diga la historia del pueblo de Israel, y como la de él la historia de muchos pueblos, grupos, hombres y mujeres. Desde ese “lugar”, Israel acrecienta su “teología”. Desde luego no es una visión pesimista de la historia; es más bien el reflejo de la realidad con todos sus ajetreos en donde tiene lugar la acción de aquel Dios clemente y misericordioso. La prueba no es el triunfalismo o colocarse sobre otros; la prueba de que Dios actúa es que, por muy controvertida que sea la historia, la esperanza siempre tiene sitio, Dios abre caminos donde no los hay.
Diríamos que lo mismo nos encontramos reflejado, también, en la perícopa evangélica. Es desde luego inexplicable sumamente la fortaleza en la fe, la apertura a una nueva acción de Dios y la disposición a seguir sus designios que necesitaron los primeros cristianos para anunciar al Jesús terreno y crucificado nada menos que como el “mesías”. Evidentemente que aquello significó una inversión de todos los valores, el abandono a todas las ideas religiosas habituales como la que se cifra en la respuesta de Pedro. Nuevamente nos encontramos en el horizonte de la fe bíblica; lleno del realismo que no escapa ni es ajeno a la existencia y a sus avatares.

Ciertamente el cristianismo no es una “religión de respuestas y soluciones”. Los cristianos no tenemos amuletos para sortear obstáculos… Lo que nos encontramos en el evangelio de hoy es el acto de fe de una comunidad, de hombres y mujeres del común de los mortales, que transidos de una honda “experiencia religiosa”, se abren nuevas vías que abandonan las sendas trilladas del triunfalismo y del sensacionalismo. A pesar de lo horroroso y calamitoso que supone el sufrimiento y la misma muerte, los primeros cristianos comprobaron  en Jesús y en su trágico destino que Dios y actúa de modo diferente a lo que suponen la sabiduría y religiosidad humanas. Seguro que no fue fácil decir sí a este camino de Dios.

Desde aquí podemos pensar que estar sujetos  a formas religiosas que no hacen más que construir un telón de fondo, sin que estas influyan en las decisiones concretas e importantes de la vida, no tiene sentido alguno.  Ante una evidente “esquizofrenia religiosa” que cunde en los ámbitos de las religiones, el texto de Zacarías y el evangelio que resuenan en  este domingo son una crítica acelerada. Cuando la fe es vivida de forma lejana de la existencia, después de todo resulta algo existencialmente vacío, sin sentido, sin respuestas y sin opciones. Sería muy seductor ponerse a hablar de Jesús de manera distinta ha como lo hacen los evangelios; decir de Él: es el mayor de los genios, el mayor de los educadores, el rey de reyes, etc.… Jesús nos muestra a un Dios “que se moja”; no ajeno al dolor. Un Dios que del dolor de las víctimas y crucificados sabe sacar victorias.

Como Jesús, hoy también sus seguidores estamos invitados a profundizar en el plan de Dios en función de nuestras realidades, y a descubrir en ellas su realización y su esperanza.


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