sábado, 22 de junio de 2013

Francisco, a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
(Extractos del discurso)

Desde la sencillez que le ha caracterizado desde un inicio cuando apareció por vez primera, pero con esa profunda sensibilidad y realismo, a lo que se suma el toque de acierto, el Papa Francisco, en el discurso que ha dirigido a los participantes en la 38 conferencia de la FAO ha puesto la atención sobre aspectos que de plano en no pocas ocasiones se  vuelven trillados y hasta se trivializan.

Las paradojas del problema
Las iniciativas y las soluciones posibles son muchas y no se limitan al aumento de la producción. Es bien sabido que la producción actual es suficiente y, sin embargo, hay millones de personas que sufren y mueren de hambre: esto, queridos amigos, constituye un verdadero escándalo. Es necesario, pues, encontrar la manera de que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra, no sólo para evitar que aumente la diferencia entre los que más tienen y los que tienen que conformarse con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, equidad y respeto a todo ser humano.

El ineludible valor de la comunidad

La situación que estamos viviendo, aunque esté directamente relacionada con factores financieros y económicos, es también consecuencia de una crisis de convicciones y valores, incluidos los que son el fundamento de la vida internacional. Este es un marco que requiere emprender una consciente y seria obra de reconstrucción, que incumbe también a la FAO. Y quiero evidenciar, quiero señalar la palabra: obra de reconstrucción. Pienso en la reforma iniciada para garantizar una gestión más funcional, transparente y ecuánime. Es un hecho ciertamente positivo, pero toda auténtica reforma consiste en tomar mayor conciencia de la responsabilidad de cada uno, reconociendo que el propio destino está ligado al de los otros. Los hombres no son islas, somos comunidad. Pienso en aquel episodio del Evangelio, por todos conocido, en el que un samaritano socorre a quien está necesitado. No lo hace como un gesto de caridad o porque dispone de dinero, sino para hacerse uno con aquel a quien ayuda: quiere compartir su suerte. En efecto, tras haber dejado dinero para curar al herido, anuncia que volverá a visitarlo para cerciorarse de su curación. No se trata de mera compasión o tal vez de una invitación a compartir o a favorecer una reconciliación que supere las adversidades y las contraposiciones. Significa más bien estar dispuestos a compartirlo todo y a decidirse a ser buenos samaritanos, en vez de personas indiferentes ante las necesidades de los demás.

Persona y dignidad humana: el riesgo de una abstracción
La persona y la dignidad humana corren el riesgo de convertirse en una abstracción ante cuestiones como el uso de la fuerza, la guerra, la desnutrición, la marginación, la violencia, la violación de las libertades fundamentales o la especulación financiera, que en este momento condiciona el precio de los alimentos, tratándolos como cualquier otra mercancía y olvidando su destino primario. Nuestro cometido consiste en proponer de nuevo, en el contexto internacional actual, la persona y la dignidad humana no como un simple reclamo, sino más bien como los pilares sobre los cuales construir reglas compartidas y estructuras que, superando el pragmatismo o el mero dato técnico, sean capaces de eliminar las divisiones y colmar las diferencias existentes. En este sentido, es necesario contraponerse a los intereses económicos miopes y a la lógica del poder de unos pocos, que excluyen a la mayoría de la población mundial y generan pobreza y marginación, causando disgregación en la sociedad, así como combatir esa corrupción que produce privilegios para algunos e injusticias para muchos.

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