Francisco, a la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO)
(Extractos del discurso)
Desde la sencillez que
le ha caracterizado desde un inicio cuando apareció por vez primera, pero con
esa profunda sensibilidad y realismo, a lo que se suma el toque de acierto, el
Papa Francisco, en el discurso que ha dirigido a los participantes en la 38 conferencia
de la FAO ha puesto la atención sobre aspectos que de plano en no pocas
ocasiones se vuelven trillados y hasta
se trivializan.
Las
paradojas del problema
Las
iniciativas y las soluciones posibles son muchas y no se limitan al aumento de
la producción. Es bien sabido que la producción actual es suficiente y, sin
embargo, hay millones de personas que sufren y mueren de hambre: esto, queridos
amigos, constituye un verdadero escándalo. Es necesario, pues, encontrar la
manera de que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra, no sólo
para evitar que aumente la diferencia entre los que más tienen y los que tienen
que conformarse con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia
de justicia, equidad y respeto a todo ser humano.
El ineludible valor de
la comunidad
La
situación que estamos viviendo, aunque esté directamente relacionada con
factores financieros y económicos, es también consecuencia de una crisis de
convicciones y valores, incluidos los que son el fundamento de la vida
internacional. Este es un marco que requiere emprender una consciente y seria
obra de reconstrucción, que incumbe también a la FAO. Y quiero evidenciar,
quiero señalar la palabra: obra de reconstrucción. Pienso en la reforma iniciada
para garantizar una gestión más funcional, transparente y ecuánime. Es un hecho
ciertamente positivo, pero toda auténtica reforma consiste en tomar mayor
conciencia de la responsabilidad de cada uno, reconociendo que el propio
destino está ligado al de los otros. Los hombres no son islas, somos comunidad. Pienso en aquel episodio del
Evangelio, por todos conocido, en el que un samaritano socorre a quien está
necesitado. No lo hace como un gesto de caridad o porque dispone de dinero,
sino para hacerse uno con aquel a quien ayuda: quiere compartir su suerte. En
efecto, tras haber dejado dinero para curar al herido, anuncia que volverá a
visitarlo para cerciorarse de su curación. No se trata de mera compasión o tal
vez de una invitación a compartir o a favorecer una reconciliación que supere
las adversidades y las contraposiciones. Significa más bien estar dispuestos a
compartirlo todo y a decidirse a ser buenos samaritanos, en vez de personas
indiferentes ante las necesidades de los demás.
Persona y dignidad
humana: el riesgo de una abstracción
La persona y la dignidad humana corren el riesgo
de convertirse en una abstracción ante cuestiones como el uso de la fuerza, la
guerra, la desnutrición, la marginación, la violencia, la violación de las libertades
fundamentales o la especulación financiera, que en este momento condiciona el
precio de los alimentos, tratándolos como cualquier otra mercancía y olvidando
su destino primario. Nuestro cometido consiste en proponer de nuevo, en el
contexto internacional actual, la persona y la dignidad humana no como un
simple reclamo, sino más bien como los pilares sobre los cuales construir
reglas compartidas y estructuras que, superando el pragmatismo o el mero dato técnico,
sean capaces de eliminar las divisiones y colmar las diferencias existentes. En
este sentido, es necesario contraponerse a los intereses económicos miopes y a
la lógica del poder de unos pocos, que excluyen a la mayoría de la población
mundial y generan pobreza y marginación, causando disgregación en la sociedad,
así como combatir esa corrupción que produce privilegios para algunos e
injusticias para muchos.
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