martes, 4 de junio de 2013

¿Realidad o fantasía?
E. Schillebeeckx
Jesús anuncia la inminencia de la salvación divina para el hombre; actúa como un profeta que predica una “buena nueva” de Dios para “los pobres”, un mensaje de salvación para todo Israel, particularmente alentador para los pobres, excluidos de toda salvación y de toda noticia. Anuncia la soberanía de los a favor de la humanidad, con la exigencia de un praxis concreta que él mismo anticipa en su  propia vida y expresa claramente en sus parábolas. Se identifica personalmente con la causa de Dios en cuanto causa del hombre (la soberanía de Dios que el hombre debe buscar sobre todas las cosas) y con la causa del hombre en cuanto causa de Dios (el reinado de Dios como reino de paz y salvación entre los hombres). Esto es lo que llena su vida y lo que él anuncia a los hombres, unos “hombres de los que Dios e ocupa”. Hay, pues, esperanza para todo, muchos contemporáneos de Jesús encuentran de hecho salvación y curación en el contacto con él. Muchos consiguen así una “nueva vida”; recuperan la esperanza y cambian su modo de vivir. En el fondo, Jesús ni siquiera pone condiciones para ello; los afligidos y necesitados reciben graciosamente de él la salvación. A quienes no tienen futuro se les promete futuro y salvación.
La fuente de este mensaje  y esta praxis, que eliminan una angosta imagen de Dios, era la vivencia del abba, sin la cual la imagen histórica de Jesús queda mutilada, su mensaje debilitado y sus praxis concreta privada del sentido que él mismo le dio.

Pero alguien podría objetar que tal vivencia del Abba fue la gran fantasía que padeció Jesús. Esta actitud es efectivamente posible. Pero entonces habrá que concluir que también es una fantasía la esperanza de la que habló Jesús. En consecuencia, quien basa su vida en Jesús prescindiendo de su vivencia del Abba, vive realmente en una utopía y pone sus expectativas más profundas en un hombre que hace más de dos mil años vivió y murió por una ilusión y una utopía. Con esto no niego la fuerza y la eficacia históricas de las utopías, particularmente cuando llevan a una preocupación coherente y a un compromiso radical a favor de los demás. Pero entonces no tendríamos motivo alguno para creer en un mundo mejor y en una salvación definitiva, y todas nuestras esperanzas de un reino universal de paz serían el reverso utópico de nuestra negativa historia de discordias, injusticias y sufrimientos. Esto supone indudablemente una fuerza crítica; pero no una promesa real capaz de suscitar una esperanza positiva. 

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