¿Realidad o fantasía?
E. Schillebeeckx
Jesús anuncia la
inminencia de la salvación divina para el hombre; actúa como un profeta que
predica una “buena nueva” de Dios para “los pobres”, un mensaje de salvación
para todo Israel, particularmente alentador para los pobres, excluidos de toda
salvación y de toda noticia. Anuncia la soberanía de los a favor de la
humanidad, con la exigencia de un praxis concreta que él mismo anticipa en
su propia vida y expresa claramente en
sus parábolas. Se identifica personalmente con la causa de Dios en cuanto causa
del hombre (la soberanía de Dios que el hombre debe buscar sobre todas las
cosas) y con la causa del hombre en cuanto causa de Dios (el reinado de Dios
como reino de paz y salvación entre los hombres). Esto es lo que llena su vida
y lo que él anuncia a los hombres, unos “hombres de los que Dios e ocupa”. Hay,
pues, esperanza para todo, muchos contemporáneos de Jesús encuentran de hecho
salvación y curación en el contacto con él. Muchos consiguen así una “nueva
vida”; recuperan la esperanza y cambian su modo de vivir. En el fondo, Jesús ni
siquiera pone condiciones para ello; los afligidos y necesitados reciben
graciosamente de él la salvación. A quienes no tienen futuro se les promete
futuro y salvación.
La fuente de este
mensaje y esta praxis, que eliminan una
angosta imagen de Dios, era la vivencia del abba, sin la cual la imagen
histórica de Jesús queda mutilada, su mensaje debilitado y sus praxis concreta
privada del sentido que él mismo le dio.
Pero alguien
podría objetar que tal vivencia del Abba
fue la gran fantasía que padeció Jesús. Esta actitud es efectivamente posible.
Pero entonces habrá que concluir que también es una fantasía la esperanza de la que habló Jesús. En
consecuencia, quien basa su vida en Jesús prescindiendo de su vivencia del Abba, vive realmente en una utopía y pone sus expectativas más
profundas en un hombre que hace más de dos mil años vivió y murió por una
ilusión y una utopía. Con esto no niego la fuerza y la eficacia históricas de
las utopías, particularmente cuando llevan a una preocupación coherente y a un
compromiso radical a favor de los demás. Pero entonces no tendríamos motivo
alguno para creer en un mundo mejor y en una salvación definitiva, y todas
nuestras esperanzas de un reino universal de paz serían el reverso utópico de
nuestra negativa historia de discordias, injusticias y sufrimientos. Esto
supone indudablemente una fuerza crítica; pero no una promesa real capaz de
suscitar una esperanza positiva.
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