viernes, 12 de abril de 2013


Una Iglesia que debería sentirse más que nunca de Jesús de Nazaret.


Por ahí debe empezar el reto fundamental de quienes un día hemos sido bautizados y estamos dispuestos a confesar que seguir a Jesús, y solo a Jesús, merece la pena.
No puede haber mediadores en este seguimiento y en esta confesión, sobre todo testimonial, de la fe. El Papa, los obispos, los sacerdotes y religiosos o religiosas, cualquier laico, son compañeros y hermanos en el camino, con distintas tareas, pero con una misma misión, “Tenéis un Dios y Padre, todos sois hermanos”; “Convertíos y creed en el Evangelio”; “Id y decid a Juan cuanto habéis visto y oído, los ciegos ven, los cojos andan,…”; “No he venido a ser servido, sino a servir”; “Tuve hambre,…estuve desnudo,… estuve en la cárcel,… cada vez que hicisteis esto con uno de mis hermanos pequeños, lo hicisteis conmigo”; “Sólo el que pierde su vida por el Evangelio la encontrará”…
Y tantas y otras tantas experiencias del Evangelio que deben resonar cada día y cada momento, y marcar el gesto personal  y comunitario de nuestras vidas creyentes.
Siendo consecuentes, hoy, con el mismo mandato de siempre, la Iglesia debe hacer un esfuerzo por ser ante todo SERVIDORA. Debe prevalecer en ella la ausencia de todo signo de poder.

No será el poder vaticano el que nos determine; ni el poder del dogma; ni el poder de la doctrina; ni el control de las conciencias,…Como iglesia, estamos obligados a acoger la diversidad de un mundo complejo con  el respeto a toda su autonomía y sobre todo a cada ser humano que en él intenta, desde esa diversidad tan rica, ser, sin duda, feliz. Servir a ese mundo y a ese ser humano, con humildad, como quien sabe que debe estar desde el último lugar, sabiendo escuchar y no imponer, respetar y querer y no condenar; desde la riqueza evangélica que supone saber poner en la mesa común tanta riqueza generada por el propio ser humano de cualquier religión o desde cualquier camino sincero en la búsqueda de la verdad; es todo un reto y una tarea.
No puede ser el poder quien nos acerque a la persona de hoy, como no lo fue nunca para Jesús de Nazaret. La identidad de quienes creemos en Jesús está, ante todo y sobre todo en el momento actual, en no dudar a quién tenemos que acompañar, preferentemente, en un mundo tan excluyente y generador de empobrecimiento; estos tienen que ser los más pobres y los que más sufren.
Ellos, esperan de nosotros, que seamos compañeros de camino, porque hemos decidido poner con ellos y junto a ellos riquezas económicas, culturales y sociales, como las que llevamos acumuladas desde tantos momentos de la historia; a ellos les pertenecen sobre todo.
Ellos, esperan de la comunidad eclesial de creyentes en Jesús, palabras y gestos de denuncia frente a un Sistema que cada día genera más pobreza para sobrevivir, aún sabiendo él mismo de su decadencia y capacidad para estar generando tanto sufrimiento inadmisible.
El poder y la riqueza, que han vencido tantas veces en grupos que han dominado estamentos eclesiales, sobre todo en este último tiempo conocido, no pude continuar siendo motivo de división, de miedo, de escándalo o de condena para otras personas y grupos que prefieren ser fieles a Jesús y el Evangelio, al hombre y mujer de hoy, a la historia de este momento, con una actitud abierta y servidora, y que están poniendo toda la fuerza  hasta irrumpir para que todo ser humano viva y crezca feliz en sintonía con la naturaleza y la propia comunidad humana.
 Emiliano de Tapia

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