IV Domingo de Pascua
Jn10,27-30
En aquel tiempo, dijo Jesús:
Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre.
Yo y el Padre somos uno.
PASTOR Y REBAÑO: LAS TRAMPAS
DE UNA IMAGEN
Por Enrique Martinez Lozano.
Parece indudable que dos mil quinientos años con esta imagen del pastor
en la tradición judeocristiana han dejado su huella en el imaginario colectivo
cristiano. No niego que, en algunos casos, la imagen del pastor –y la alegoría
que lleva su nombre, en el cuarto evangelio- ha podido despertar y alimentar
sentimientos de confianza profunda en Dios y en Jesús.
Pero los inconvenientes no han sido menores. Me gustaría detenerme en
ellos, para crecer en lucidez acerca de los riesgos que encierra y que, en no
pocos casos, se han materializado en formas concretas que van en dirección
opuesta al mensaje de Jesús, que proclamaba la libertad de la persona y
la exigencia de vivir la autoridad como servicio: “Sabéis que los que
figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus jefes
las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre
vosotros que sea el esclavo de todos” (Mc 10,42-44). Al hilo de esta palabra
de Jesús, quiero señalar las trampas que percibo en el uso de la imagen del
pastor dentro de la iglesia. No digo que siempre se viva así, sino que existen
riesgos.
Para empezar, se trata de una imagen anacrónica, que a nuestros
contemporáneos, tan alejados de la vida campestre y pastoril, no les dice
nada.
Pero hay algo más grave, que se cuela muy sutilmente, y que juega a favor
de los intereses de las autoridades religiosas, que no dejan pasar la ocasión
para presentarse como “pastores”. Es claro que se trata de una palabra que no
necesita más añadidos: el “pastor” es el que sabe, el que dirige, el que está
por encima, el que controla y el que, llegado el caso, castiga. No debe ser
casual que la palabra “obispo” provenga del griego ἐπίσκοπος
(“episkopos”), que significa “vigilante”. Es cierto que también puede ser
el que dé alimento, aunque eso es susceptible de generar otra dependencia
todavía peor.
Pero la imagen del “pastor” no solo repercute negativamente en el modo de
entender el papel de la autoridad, sino que contamina también la visión que el
propio creyente tiene de sí mismo y del grupo religioso al que pertenece.
Porque lo que conduce el pastor son “ovejas”: basta introyectar esa
imagen para favorecer una actitud y un comportamiento “borreguil”, que puede
llegar (ha llegado) a delegar su responsabilidad en manos de la
autoridad.
Ahora bien, como nada (aunque lo vivamos inconscientemente) es gratis, el
“borreguismo” tiene que buscar otras compensaciones o “ventajas” que satisfagan
a la persona que se ha sometido. Y ahí aparecen varias.
La primera ventaja es la sensación de seguridad que aporta. Es sabido que
los humanos tenemos tanta necesidad de sentirnos seguros, que somos capaces de
renunciar incluso a la libertad (y a la libertad de pensar y de decidir) con tal
de ahuyentar el fantasma de la inseguridad.
Aporta también una sensación de contarse entre “los elegidos”, los que
son del “redil”, frente a aquellos otros que andan desorientados en su error.
Esto parece otorgar un cierto estatus de superioridad que no es difícil advertir
en los círculos religiosos.
De esa posición que se considera privilegiada –aunque luego se añada que
la fe es un don gratuito-, se derivan otros “tics” que tienden a deformar
también gravemente el núcleo espiritual que se quiere vivir.
El primero de ellos consiste en confundir su religiosidad con la
espiritualidad, como si el suyo fuera el “camino cierto”, y todo lo demás no
pasaran de ser autoengaños, que se toleran, pero que se miran con una cierta
superioridad desde la actitud paternalista de quien se cree en posesión de la
verdad.
Otro tic característico es el aire más o menos proselitista –aunque solo
sea expresado en la fórmula: “tenemos que dar testimonio para que otros crean”-
que se deriva de aquella creencia, y que se “cuela” incluso en no pocas
presentaciones de la llamada “nueva evangelización”.
Desde ese mismo lugar, parecen arrogarse nada menos que el poder de dar
carné de verdaderos creyentes a quienes ellos deciden. Hasta el punto de que, en
casos extremos, no tienen empacho en proclamar que quien no cree como ellos se
halla fuera de la fe de la iglesia.
Si a todo esto unimos un cierto aire de victimismo cuando las
circunstancias no les son tan favorables como desearían, obtenemos expresiones
que producen vergüenza ajena: “Hoy no está de moda creer”; “no se valora el
cristianismo”; “es una sociedad vacía”; “solo existe la religión a la carta”;
“los creyentes somos perseguidos”…
A mi modo de ver, esos tópicos revelan prepotencia e ignorancia. Por un
lado, porque en muchos casos ha sido la propia institución religiosa la que ha
sembrado lo que ahora cosecha. Por otro, porque el declive de una forma de
religión institucional no significa el hundimiento de la vivencia espiritual. ¿O
acaso eran más espirituales las personas en la Edad Media, cuando era
obligatorio asistir a misa, que en la actualidad?
Quizás sería bueno dejar la imagen del “pastor”, abrirnos a la palabra de
Jesús, válida para todos nosotros (“el Padre y yo somos uno”) y asumir su
forma de vivir a favor de las personas, abandonando toda forma de religión
exclusivista, que parece recordar –añorar- las maneras del
nacionalcatolicismo.
El texto de Juan tiene una génesis muy evolucionada de las comunidades juánicas y de su contexto histórico:la dura realidad de una pequeña comunidad amenazada, conflicto con el judaísmo y expulsión de los grupos juánicos de la sinagoga.
ResponderEliminarDetrás de las añadiduras y glosas,está el mensaje revelador de unidad por parte de Jesús:"Yo y el Padre somos una sóla cosa". El centro del sentido está en la revelación, la obra salvadora, su misión: el reino...de paz, justicia,esperanza,amor.
Es sumamente difícil poder entender el carácter diáfano de una imagen, que en el fondo en sencillez aleccionadora, cuando pensamos desde unas categorías que no son del evangelio; cuando estamos acostumbrados a ser siempre mayoría y el afán mismo de ejercer dominio sobre los otros.
ResponderEliminarEl centro no es la autoridad, no es el dominio, no es la promoción para generar más "pastores" o vocaciones de "pastores". El centro es la fe en Jesús. Ante el drama que nos encontramos en el diario vivir, la fe de unos hombres y mujeres se ve alimentada por la fuerza arrolladora de la llamada de Jesús y su insistente invitación a la unidad.
Las religiones exclusivistas no tienen futuro en las sociedades plurales donde estamos inmersos.El centro como bien dice el autor, está en buscar la unidad de la que hablaba Jesús de Nazaret. Cuando se encuentra que es UNO con el de enfrente aun siendo distinto, sobra todo:potestades, reinos,títulos,ropajes, dominaciones...
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