sábado, 13 de abril de 2013


¿Qué significa, pues, resucitar?

Lo del acabamiento de la vida es un momento propio de cada uno y, como tal, intransferible. A partir de ahí las cosas cambian profundamente. Paradójicamente, los cristianos creemos que el cambio no es tan radical, pues hay una continuidad entre el acá y el allá, la tierra y el cielo. Son vidas distintas pero con una cierta continuidad.
Ningún humano puede evitar el interrogante de la muerte y de lo que tras ella puede venir. Es lógico que podamos preguntarnos: ¿ qué sentido tiene la vida si nada queda de todo lo vivido?
“Constatamos, escribe Leonardo Boff, que la muerte es la gran señora de todo lo que es creado e histórico, pues todo está sometido a la segunda ley de la termodinámica, la entropía. La vida va gastando su capital energético hasta morir”.
Y nos toca, como siempre, reaccionar y posicionarnos ante la muerte: la vida es un misterio, dentro del cual ella se erige con un orden superior de autorregulación y reproducción. Donde hay vida, hay energía, autorreproducción y se asegura así la autoconservación.
Sin embargo, la vida, todas las formas de vida, tienen un límite: la muerte. ¿También la vida humana? Todos clamamos por una vida sin fin. Pero, los mecanismos de la muerte no hay quien los detenga. ¿Será por eso que la muerte es para el ser humano drama y angustia? ¿Será por eso que San Pablo gritaba: ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Y respondía: “Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor”.
“Es sorprendente, dice de nuevo Leonardo Boff, pero en esta frase se encuentra la esencia pura del cristianismo. Este testimonia el hecho mayor de que alguien nos libró de la muerte. En alguien la vida se mostró más fuerte que la muerte e inauguró una sintropía superior”.
Jesús conoció e inauguró una sintropía (evolución) superior, en virtud de la cual su vida era un nuevo tipo de vida, no amenazada por la enfermedad ni por la muerte. Por eso, la resurrección no puede ser entendida como reanimación de un cadáver, sino como una revolución dentro de la evolución, como un saltar a un tipo de orden vital, no sometido ya a la entropía: desgaste y acabamiento final.
Con lo cual afirmamos que la vida se transfigura. Es decir, en el proceso evolutivo la vida alcanzó tal densidad de realización que la muerte ya no logra penetrar en ella y hacer su obra devastadora. Y, de esta manera, la angustia milenaria desaparece, se sosiega el corazón, cansado de tanto preguntar por el sentido de la vida mortal. En fín, el futuro se anticipa, queda abierto a un desenlace felíz y apunta hacia un tipo de vida más allá de este tipo de vida.
¡Has resucitado!
. Y resucitar significa:
Que Jesús, en la muerte y desde la muerte, entró en el ámbito mismo de la vida divina, realidad primera y última. El Crucificado continúa siendo el mismo, junto a Dios, pero sin la limitación espacio-temporal de la forma terrenal.
La muerte y la resurrección no borran la identidad de la persona sino que la conservan de una manera transfigurada, en una dimensión totalmente distinta. Para hacerlo pasar a esta forma de existencia distinta, Dios no necesita los restos mortales de la existencia terrena de Jesús. La resurrección queda vinculada a la identidad de la persona, no a los elementos de un cuerpo determinado.
Resucitar significa, pues, entrar a través de la muerte en el ámbito mismo de la vida de Dios. Nuestra fe nos asegura que el Dios del comienzo es también el Dios del final, que el Dios , Creador del mundo y del hombre, es también el que consuma a éstos en su plenitud.
Resucitar significa que la persona que muere, continúa, y el cuerpo se disuelve pero entra en una dimensión nueva. Hay continuidad y discontinuidad.
Resucitar significa apostar, como Jesús, por la vida, por la justicia, por el amor, por la libertad, llegando incluso a soportar en esta lucha el vituperio del fracaso de este mundo, pero seguros de que la inocencia del Justo será reconocida y premiada por Dios. Dios tiene siempre la última palabra, no la iniquidad.
Resucitar significa que estamos ya, en una marcha hacia la plenitud de la vida, en lucha contra todo lo que bloquea, merma y mata la vida. El tiempo que se nos da no es para volverse pasivos, indolentes, excépticos, sino para trabajar, ahora, en el minuto a minuto, e ir haciendo que esta tierra sea cada vez más un cielo, el cielo de Dios. La resurrección de Jesús es la meta final, la anticipación de la plenitud que nos aguarda. Y esa plenitud no hay otra forma de hacerla más real y operativa que comprometerse con aquellos que más vida, amor y libertad .

Benjamín Forcano



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