Les mostró las manos y los pies
Según
los relatos evangélicos, Jesús Resucitado se presenta a sus discípulos con las
llagas del Jesús Crucificado. No es éste un detalle banal, de interés
secundario. Se trata de una observación de importante contenido teológico.
Las
primeras tradiciones cristianas insisten, sin excepción, en un dato que, por lo
general, no solemos valorar hoy en su justa medida: Dios no ha resucitado a
cualquiera; ha resucitado a un crucificado.
Dicho
de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que
ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con
todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con la persecución y
el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza radical en Dios.
La
resurrección de Cristo es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a
Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. «Hace
justicia», además, a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre
«el ser de Dios».
En
la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia absoluta de Dios
sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de su justicia
sobre las injusticias que cometemos todos nosotros. Por fin y de manera plena,
triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.
Esta
es la gran noticia. Dios se nos revela en Jesucristo como «el Dios de las
víctimas». La resurrección de Cristo es la «reacción» de Dios a lo que los
hombres han hecho con su Hijo.
Así
lo subraya la primera predicación de los discípulos: «Vosotros lo matasteis
elevándolo a una cruz... pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos.»
Donde nosotros, los humanos ponemos muerte y destrucción, Dios pone vida y
liberación.
En
la cruz Dios todavía guarda silencio y se calla. Ese silencio no es
manifestación de su impotencia para salvar a Jesús Crucificado. Es expresión de
su cercanía absoluta al que sufre.
Dios
está ahí compartiendo hasta el final el destino de las víctimas. Los que sufren
han de saber que no están sumidos en la soledad radical. Dios mismo está en su
sufrimiento.
En
la resurrección, por el contrario, Dios habla y actúa para desplegar toda su
fuerza creadora en favor del Crucificado.
La
última palabra la tiene Dios. Y es una palabra de amor resucitador hacia las
víctimas.
Los
que sufren han de saber que su sufrimiento terminará en resurrección.
La
historia sigue. Son muchas las víctimas que siguen sufriendo hoy, maltratadas
por la vida o crucificadas por los hombres.
El
cristiano sabe que Dios está en ese sufrimiento. Conoce también su última
palabra. Por eso, su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar
contra todo lo que mata y deshumaniza; esperar la victoria final de la justicia
de Dios.
CON-PASIÓN,cercanía con el que sufre para que éste sea menos, para curar las heridas, para levantarle.
ResponderEliminartodo piensan la resurección como "lejana" de la historia. Efectivamente es un misterio que se nos escabulle de una llana comprensión racional; pero en el fondo: Roma condena, Dios reivindica. Nuestros intereses (políticos y religioso) dicen no y muerte; Dios, en cambio, dice SI y VIDA. Ese es el mensaje extraordinario de la resurrección. Es la suerte de las discípulas de Jesús y que luego compartenm con los demás discípulo; es posible "experimentar" en la historia, aquí, en el vaiven de cada día, en los trabajos, en las situaciones complicadas, que la resurección ah desbordado nuestra historia: el sepuclcro está vacío!!!!!!
ResponderEliminarvivir como resucitado exige ineludiblemente pasar por el escarnio de la cruz. Cuando aún nuestras propuestas, sopena de ser tachadas y rechzadas, deben continuar. El anuncio del resucitado no admite atenuantes de ningún tipo; es anuncio de liberación, de perdón, de renovación o no lo es... Felicez pascuas a los usuarios de este interesante espacio así como a quienes los emprendedores.
ResponderEliminarFELICES PASCUAS para tí también.
EliminarGracias por tu colaboración.La tierra es de todos y el diálogo también.De todos depende que sea más o menos fértil.