La manera de expresarse
de Jesús nos invita a renovar nuestra manera de buscar a Dios: con frecuencia
nos despistamos, yéndonos lejos. Sin embargo lo que habla con limpieza de Dios
no son las bellas definiciones, sino la de los hombres; la vigilancia y las
atenciones de un pastor, el amor de un padre, las preocupaciones y cuidados de
un viñador, nos hablan mucho más profundamente sobre Dios que una sarta de
ideas bien elaboradas. La idea encierra a Dios en una cuadrícula, y hace de Él
un Dios muerto. La vida nos pone en presencia de Alguien a quien hay que
descubrir: conquistar su secreto, conocerle cada vez mejor: ésta es la
invitación que hemos recibido.
Tradicionalmente se
comparaba a Dios con un pastor; Jesús nos hace caer en la cuenta que es un
pastor muy original: porque una sola oveja perdida cuenta más para él que las
noventa y nueve que se quedaron en el aprisco. De esta forma Cristo nos incita
a que discernamos en cada realidad el rostro de Dios que anida en ella; con Él el
mundo se hace luminoso: todo, hasta la vida más banal, la más insignificante,
es una palabra que Dios nos dirige y quien sabe explorar el corazón del hombre,
quien sabe profundizar en la vida y en el mundo, termina penetrando en el
secreto de Dios.
La
alegría
Un aspecto,
frecuentemente olvidado cuando se aborda la predicación de Jesús es la alegría:
Jesús habla de un clima de fiesta, de bodas, de banquetes: no es el momento de
ayunar, ni de poner caras tristes. ¿Por qué? Porque Dios y su potencia renovadora
habitan en el pueblo. El universo nuevo de Dios, el que los hombres intentan
construir ya no es una lejana esperanza; está ahí al alcance de la mano. En
adelante ya nadie podrá robar esta alegría, porque Jesús ha ido hasta la cruz y
en Él la vida ha conseguido su triunfo definitivo: el amor de Dios se manifestó
en Jesús, y aunque rechazado por su generación, ya no da marcha atrás.
Paradójicamente, aunque
Jesús habla de Dios sitúa al ser humano en un puesto central: sólo hay un ser
sagrado en el mundo, el hombre. A Dios le afecta, le toca, todo lo sucede al
ser humano: «Es a
mí a quien se lo habéis hecho» (Cf. Mt 25, 40). Jesús se enfrenta con los
detentadores de la ley, de la religión, de la tradición y de la nación, porque
lo que le preocupa es el ser humano. Donde Jesús ve un paralítico que sufre,
una mujer que es menospreciada…, esos sólo ven la ley del sábado que hay que
respetar o la Ley de de Moisés que hay que cumplir: pero Jesús afirma que la
única ley que hay que cumplir es el servicio a los hombres, porque es el único
camino que lleva a Dios a través de su imagen que es el hombre. En el mismo
Jesús, Dios se da a conocer solamente a través del carpintero de Nazaret. «Nadie
ha visto jamás a Dios, sólo el Hijo único nos le ha dado a conocer» (Cf. Jn 1,
18).
El perdón
Hay una palabra que con
mucha frecuencia está en labios de Jesús y que corre el peligro de ser mal
interpretada: se trata del perdón. Tiene actualmente una resonancia demasiado
estrecha e individual. Pero si se la comprende correctamente, contiene en sí la
iniciativa más creadora y revolucionaria. Perdonar es romper el encadenamiento
de causas: un mal llama a una venganza; esta venganza desencadenará a su vez una reacción, y asi sucesivamente.
El perdón introduce la novedad en ese encadenamiento… Perdonar es engendrar
relaciones nuevas libremente elegidas.
Jesús se presentó como
el perdón de Dios para los hombres: una amistas ofrecida de manera inesperada,
una amistad que fue rechazada y condenada a la cruz, una amistad de nuevo y
para siempre propuesta en la resurrección de Cristo. si Cristo no hubiera
resucitado el perdón sería un proceso absurdo, un proceso de muerte, pero así
es fuente de renovación.
El perdón es un proceso
revolucionario porque rompe el círculo infernal del mal. Inventa él sólo un
mundo en el que nadie está definitivamente clasificado, perdido, ni encerrado
en su odio, su pecado o su desesperación… El perdón inyecta en nuestras luchas
la única energía que puede construir un mundo verdaderamente nuevo: el amor y
no el odio.
(Alan Patin, La Aventura de Jesús de Nazaret)
El mensaje de Jesús resulta ser una verdadera revolución; es asumir el gran valor de la vida, nunca pouesto de modo; es optar por la orginalidad que nadie busca; es ser simplemente...
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