jueves, 19 de septiembre de 2013



1. Consideraciones generales
Es evidente que aún no conocemos suficientemente la vida, organización, liturgia, etc., de las primeras comunidades cristianas; sin embargo parece que sería muy aventurado decir que el monolitismo y la uniformidad fueran las características del desarrollo de las mismas.
Somos ya muy conscientes de que, en la interpretación de esta época de la Iglesia, se han cometido muchos anacronismos, transfiriendo sentidos y contenidos posteriores a términos como sacerdote, presbítero, diácono, jerarquía…, e incluso Eucaristías. Se ha entendido la organización eclesial de los primeros tiempos desde categorías y experiencias posteriores que, evidentemente, hoy nos dificultan una justa interpretación y comprensión de aquellas comunidades.
Muchos autores/as reconocen la estructuración de las primeras comunidades de Jerusalén como mucho más semejante a la de las sinagogas y modelos judíos que a lo que actualmente entendemos por Iglesia; incluso sabemos por los Hechos que los cristianos continuaban acudiendo al Templo judío (l). Tampoco eran iguales ni se acentuaban las mismas cosas en las comunidades joánicas, en las paulinas o en las de Jerusalén. No todas eran judías sino que muchas de ellas estaban enclavadas en lugares en los que la emancipación de la mujer era muy superior a la registrada en los ámbitos judíos, etc. Por ejemplo, las comunidades joánicas acentuaban la importancia del “Discípulo amado” y no tanto la de Pedro (2). Es decir, se trataba de comunidades en formación y crecimiento con una agilidad estructural bastante considerable.
Tendríamos que señalar brevemente algunas características generales de estas Iglesias. Los apóstoles (los Doce) no formaban parte del grupo de los presbíteros sino que permanecían en una categoría distinta; ni el término presbítero tenía en aquella época connotación sacerdotal tal y como se ha entendido después; el movimiento de resacralización se efectuará posteriormente. Moingt dice: “Los ministros de Cristo no tenían ninguna razón para reivindicar prerrogativas sacerdotales que el mismo Cristo no había reclamado para Sí, y nada, ni en su ministerio evangélico ni en su comportamiento, inducía a fijarse en el ámbito de lo sagrado en el que se ofician los sacramentos tradicionales” (3). Además, las comunidades primitivas afirmaban el sacerdocio universal de los fieles, cosa bastante olvidada posteriormente, de manera que la concepción y práctica del ministerio, así como la misma estructuración de la Iglesia, tenían que resultar indudablemente diferentes de lo que hoy entendemos por tales.
2. Los Doce
También tendríamos que pensar en la institución de los Doce. Efectivamente, dentro de este grupo no se contaba ninguna mujer. Ahora bien, habría que ver en ello una aplicación simbólica del Antiguo Testamento, dentro de unas claras resonancias judías. Los Doce representaban a las doce tribus de Israel: “Estaréis sentados sobre los doce tronos, juzgando a las doce tribus de Israel” (Mt. 19, 28). Doce son también las puertas de la Jerusalén celeste y doce estrellas coronan a la Mujer del Apocalipsis. Los Doce serían también una imagen de los doce Patriarcas, en definitiva significarían al Pueblo judío.
Es decir, tendríamos que ver en ellos un matiz de cumplimiento del Antiguo Testamento con clara proyección escatológica. De hecho, se reemplaza a Judas por el también judío Matías, pero no se prevé ningún relevo nominal de los Once restantes después de su muerte y claro está que entre ellos no figura ninguno que no perteneciera al Pueblo judío… (!). Pero incluso podemos ver que Pablo entra a formar parte del grupo, no respetando así el número de doce, ya que con Matías serían trece, ni tampoco las condiciones para formar parte de dicho grupo: no conoció personalmente al Maestro; Pablo es siempre visto como una excepción válida y, de alguna forma, como representante de los cristianos de la gentilidad que se incorporan.
El papel de los Doce en la Iglesia primitiva no aparece ligado a ninguna función jerárquica; su presencia en la evangelización es notable y no se presentan como una estructura aparte; menos aún, como decíamos anteriormente, formaban un grupo de carácter presbiteral.
Ahora bien, como señala S. Tunc: “los Doce son las piedras sobre las que se apoya nuestra fe. En ese sentido, todos somos sus sucesores en la fe. Toda la Iglesia es, efectivamente, apostólica. Los lazos que existen entre los Doce y sus ministros futuros son solamente un lazo de sucesión al servicio de la continuidad de toda la Iglesia”

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