¿RENUNCIAR… O VER EN PROFUNDIDAD?
Si Jesús había insistido en que la
puerta que conduce a la vida es “estrecha” (Lc 13,24; comentario del domingo 25
de agosto), el texto que leemos hoy vuelve sobre la misma cuestión, ahora desde
una perspectiva diferente.
Para poder comprender ambos textos en
su profundidad, hay que tener en cuenta que los dos son una palabra de
sabiduría –constituyen una llamada a despertar- y que se explican mutuamente
–son complementarios-.
La aparente “rudeza” de estos textos
hay que entenderla siempre como signo de la importancia del tema que se aborda.
En concreto, en el que estamos comentando, vendría a decirle al lector: algo
definitivo se halla en juego cuando se pide “posponer”
al padre y a la madre, a la mujer y a los hijos, a los hermanos y hermanas, e
incluso a sí mismo. Si son los valores habitualmente más altos para
cualquier persona, eso significa que nos están presentando otro valor inaudito,
ante el cual, todos estos quedan atrás (la expresión original griega todavía
suena más fuerte: no se trata solo de “posponer”, sino de “renunciar” o incluso
“aborrecer”).
Con esta clave, el texto manifiesta
toda su hondura y sabiduría. Por el contrario, cuando se lee desde la mente
–desde el ego-, se convierte en un galimatías incomprensible e incluso, para no
pocos, antihumano. ¿Cómo se puede pedir que se renuncie a los seres más
queridos, y que incluso necesitan de nosotros?
La lectura mental fomenta un
voluntarismo extraño y, finalmente, imposible de vivir…, a no ser que la
persona optara por el celibato o la vida monástica. Y, en efecto, no pocas
veces se leyó de ese modo, con lo cual sacerdotes y religiosos adquirían como
un más elevado “grado de perfección” porque habían hecho una renuncia “mayor”. ¿Resultado?
Otra forma de engordar el ego, que se consideraba en un estatus superior.
La trampa de la lectura mental, que
siempre termina alimentando el ego, no es otra que el dualismo característico de la mente, que la hace funcionar de
manera dicotómica: “o… o…”. O se sigue a Jesús y se pospone la familia, o se
queda con la familia y se pospone a Jesús.
El dualismo separa y fragmenta la
realidad. Es inevitable que llegue a conclusiones absurdas, dado que lo real es
unitario. Por eso repetimos que la mente puede manejarse admirablemente en el
mundo de los objetos separados, pero yerra siempre que quiere explicar lo que
hay más allá de los objetos.
Desde la perspectiva no-dual, la
lectura es luminosa e integradora. Empecemos por el final. En la metáfora de la
“puerta estrecha”, el valor al que se apuntaba se llamaba “Vida”. En este caso,
se le nombra como “ser discípulo” de Jesús. Pero se trata de la misma realidad.
En uno y otro, lo que está en juego es que descubramos, por propia experiencia,
quiénes somos en profundidad.
Ser “discípulo de Jesús” no consiste en
“seguir” un comportamiento ajeno, ni en “imitar” una existencia diferente de la
propia. Eso sería, simplemente, borreguismo, alienación e infantilismo, nacidos
de nuevo de una lectura mental y dualista. (No parece casual que un cierto
infantilismo haya coloreado no pocas expresiones y formas religiosas).
Ser “discípulo de Jesús” significa reconocer conscientemente que se está
compartiendo su misma identidad; que, más allá de las diferencias, somos lo mismo. Y que en esa identidad nos
encontramos todos, también “el padre y la
madre, la mujer y los hijos, los hermanos y las hermanas”.
En resumen, se trata, como siempre, de
caer en la cuenta de quién somos en realidad. Una vez reconocido, todo se ajustará:
en nuestras actitudes, nuestras percepciones, nuestro comportamiento… Y
haremos, también en nuestra familia, lo que tengamos que hacer. Porque será la
Consciencia la que se exprese a través de nosotros.
Y, ¿qué significa “renunciar” a sí
mismo y “posponer” a los seres más queridos? Salir de la visión egocentrada,
nacida de la creencia errónea de que somos el ego. Tal vez pudiera expresarse
de esta forma: “Deja de creer que eres el yo separado y descubrirás la riqueza
de tu verdadera identidad; no veas ni siquiera a tu familia desde el ego,
porque sufrirás y harás sufrir; míralos desde tu verdadera identidad, donde
todos sois uno, pero sin apropiación ni comparaciones”.
Las dos breves parábolas constituyen un
toque de realismo: calcula tus fuerzas porque solo podrás llegar a la meta si
te entregas con determinación.
Enrique Martínez Lozano
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