domingo, 8 de septiembre de 2013

Evangelio de Lucas 14, 25-33



¿RENUNCIAR… O VER EN PROFUNDIDAD?


         Si Jesús había insistido en que la puerta que conduce a la vida es “estrecha” (Lc 13,24; comentario del domingo 25 de agosto), el texto que leemos hoy vuelve sobre la misma cuestión, ahora desde una perspectiva diferente.
         Para poder comprender ambos textos en su profundidad, hay que tener en cuenta que los dos son una palabra de sabiduría –constituyen una llamada a despertar- y que se explican mutuamente –son complementarios-.
         La aparente “rudeza” de estos textos hay que entenderla siempre como signo de la importancia del tema que se aborda. En concreto, en el que estamos comentando, vendría a decirle al lector: algo definitivo se halla en juego cuando se pide “posponer” al padre y a la madre, a la mujer y a los hijos, a los hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo. Si son los valores habitualmente más altos para cualquier persona, eso significa que nos están presentando otro valor inaudito, ante el cual, todos estos quedan atrás (la expresión original griega todavía suena más fuerte: no se trata solo de “posponer”, sino de “renunciar” o incluso “aborrecer”).
         Con esta clave, el texto manifiesta toda su hondura y sabiduría. Por el contrario, cuando se lee desde la mente –desde el ego-, se convierte en un galimatías incomprensible e incluso, para no pocos, antihumano. ¿Cómo se puede pedir que se renuncie a los seres más queridos, y que incluso necesitan de nosotros?
         La lectura mental fomenta un voluntarismo extraño y, finalmente, imposible de vivir…, a no ser que la persona optara por el celibato o la vida monástica. Y, en efecto, no pocas veces se leyó de ese modo, con lo cual sacerdotes y religiosos adquirían como un más elevado “grado de perfección” porque habían hecho una renuncia “mayor”. ¿Resultado? Otra forma de engordar el ego, que se consideraba en un estatus superior.
         La trampa de la lectura mental, que siempre termina alimentando el ego, no es otra que el dualismo característico de la mente, que la hace funcionar de manera dicotómica: “o… o…”. O se sigue a Jesús y se pospone la familia, o se queda con la familia y se pospone a Jesús.
         El dualismo separa y fragmenta la realidad. Es inevitable que llegue a conclusiones absurdas, dado que lo real es unitario. Por eso repetimos que la mente puede manejarse admirablemente en el mundo de los objetos separados, pero yerra siempre que quiere explicar lo que hay más allá de los objetos.
         Desde la perspectiva no-dual, la lectura es luminosa e integradora. Empecemos por el final. En la metáfora de la “puerta estrecha”, el valor al que se apuntaba se llamaba “Vida”. En este caso, se le nombra como “ser discípulo” de Jesús. Pero se trata de la misma realidad. En uno y otro, lo que está en juego es que descubramos, por propia experiencia, quiénes somos en profundidad.
         Ser “discípulo de Jesús” no consiste en “seguir” un comportamiento ajeno, ni en “imitar” una existencia diferente de la propia. Eso sería, simplemente, borreguismo, alienación e infantilismo, nacidos de nuevo de una lectura mental y dualista. (No parece casual que un cierto infantilismo haya coloreado no pocas expresiones y formas religiosas).
         Ser “discípulo de Jesús” significa reconocer conscientemente que se está compartiendo su misma identidad; que, más allá de las diferencias, somos lo mismo. Y que en esa identidad nos encontramos todos, también “el padre y la madre, la mujer y los hijos, los hermanos y las hermanas”.
         En resumen, se trata, como siempre, de caer en la cuenta de quién somos en realidad. Una vez reconocido, todo se ajustará: en nuestras actitudes, nuestras percepciones, nuestro comportamiento… Y haremos, también en nuestra familia, lo que tengamos que hacer. Porque será la Consciencia la que se exprese a través de nosotros.
         Y, ¿qué significa “renunciar” a sí mismo y “posponer” a los seres más queridos? Salir de la visión egocentrada, nacida de la creencia errónea de que somos el ego. Tal vez pudiera expresarse de esta forma: “Deja de creer que eres el yo separado y descubrirás la riqueza de tu verdadera identidad; no veas ni siquiera a tu familia desde el ego, porque sufrirás y harás sufrir; míralos desde tu verdadera identidad, donde todos sois uno, pero sin apropiación ni comparaciones”.
         Las dos breves parábolas constituyen un toque de realismo: calcula tus fuerzas porque solo podrás llegar a la meta si te entregas con determinación.
                 
Enrique Martínez Lozano


                 
         

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