DIOS ES GOZO
Estas
pequeñas parábolas hablan de alegría…, de la alegría de Dios. Se ha transmitido,
durante generaciones y generaciones, la imagen de un Dios tan “serio” –severo,
juez, castigador…- que cuesta reconocerlo en las parábolas que contaba Jesús.
Con frecuencia, las palabras y los rostros de quienes hablan de Dios no
muestran precisamente alegría. El cardenal Bossuet se atrevió a decir que Jesús
no se había reído nunca, porque era “perfecto”.
Algo
parecido les debió ocurrir a los oyentes del sabio de Nazaret. Acostumbrados a
la retórica de los sacerdotes del templo y de los teólogos oficiales,
pregonando a un Dios que discriminaba rotundamente entre “justos” y
“pecadores”, les resultaría extraño que Jesús se refiriera a un Dios que es
Gozo. O mejor, a un Dios cuyo gozo consiste
en el encuentro con el ser humano.
Me
parece que no es exagerado decir que las religiones no se han llevado bien con
la alegría ni con el humor. Aparecen demasiado cargadas de solemnidad que, en
la práctica, se traduce en severidad. Abundan los rostros serios y las palabras
cortantes, los juicios y las condenas, propio todo ello de quien se encuentra
en el estrado, es decir, en el poder. Porque quien está reñido con el humor –y con la humildad, y con la humanidad
(términos todos que provienen de la misma raíz: humus)-, no es tanto la religión, cuanto el poder. El poder sabe
que el humor lo socava, y por eso lo demoniza, o apenas lo tolera. La religión
se hace solemne cuando alcanza el poder y lucha por mantenerlo. Por eso, el
gesto simple y normal de un Papa que sonríe –como es el caso de Francisco, como
fue Juan XXIII- resulta, a la vez que insólito, contagiosamente cautivador para
los creyentes.
En
un lenguaje teísta, Jesús dice que Dios siente alegría “por un solo pecador que se convierta”. Pero, como la mente y la
palabra son capaces de “retorcer” cualquier expresión hasta el punto de poder
afirmar una cosa y la contraria, fácilmente la religión ha usado esas mismas
palabras, en su origen liberadoras, para autojustificarse. De ese modo,
quedaban desprovistas de toda su novedad y provocación.
Dios
busca a la “oveja perdida”, afirma la religión. Pero se ha modificado el
sentido de la palabra. Para la religión, “perdido” es el que no cumple con sus
normas y critica sus creencias. Eso sería lo condenable. Con todo, Dios va en
su busca. Y se alegra, pero solo cuando lo hace volver al redil, es decir, al
cumplimiento de todo aquello de lo que se había alejado.
Si
la novedad de Jesús fue la gratuidad
de Dios y su alegría sin
expectativas, la lectura religiosa de estas parábolas tergiversa el sentido
original, hasta el punto de convertir la gratuidad en “mérito”. Una vez más, se
ha proyectado en Dios la actitud interesada de los humanos: “voy a buscarte y
me alegro contigo…, pero para que hagas lo que yo digo”.
La
trampa religiosa no puede desactivarse desde la mente. Porque la mente, en su
dualidad, no puede sino etiquetar todo lo que percibe como “bueno” o “malo”. A
partir de esa catalogación, actuará en consecuencia.
La
novedad y sabiduría del mensaje de Jesús se hacen patentes cuando nos
aproximamos a él desde una perspectiva
no-dual. Jesús no quería “convertir” a nadie, porque no le interesaba el
proselitismo ni estaba preocupado por el número ni el poder. Por eso podía
hablar con tanta libertad.
Comía
a gusto con “pecadores y publicanos” para escándalo de fariseos y doctores. Y
reconocía a Dios como Alegría sin
límites, Gratuidad sin vuelta, Amor sin exclusiones.
Del
mismo modo que nuestra peor creencia errónea es la de pensarnos separados,
reducidos a nuestro yo, la más peligrosa trampa de las religiones es la de
presentar a Dios también como un ser separado, creado a imagen de nuestra
mente.
Dios
no es un individuo separado que premia o castiga, mira bien o mira mal,
discrimina entre justos y pecadores… Dios es el nombre que damos al Misterio
último de lo real, que constituye todo lo que es y que nos constituye a
nosotros mismos. Dios es, por tanto, nuestro Fondo último, la Mismidad consciente y amorosa de todo lo que
es, y de la que no podemos estar
jamás separados. Un Dios del que alguien pudiera separarse, aunque fuera por el
instante mínimo de un respiro, sería sin duda solo un ídolo proyectado. Porque no puedes separarte de Aquello que eres.
Y Eso que es, es Amor, Gratuidad, Gozo…, sin motivo y sin contraprestaciones.
Enrique Martínez Lozano
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