martes, 2 de julio de 2013

Mónica Cavallé


LA CIENCIA DE LA VIDA

 “La escuela del filósofo, señores, es un hospital: no habéis de salir contentos, sino dolientes; pues no vais sanos, sino el uno con una luxación de hombro; otro, con un absceso; otro, con una fístula; otro, con dolor de cabeza. Entonces yo me siento y os digo unas reflexioncillas y unas maximitas para que vosotros salgáis alabándome: el uno, llevando el hombro tal como lo trajo; el otro, con la cabeza igual; el otro, con su fístula; el otro, con su absceso. Así que ¿para eso dejan su tierra los jóvenes y abandonan a sus padres, a sus amigos, a sus parientes y su hacienda, para decirte a ti ‘¡bravo!’ cuando pronuncias tu maximita? ¿Eso hacía Sócrates, eso hacía Zenón, eso hacía Cleantes?” (Epicteto: Disertaciones por Arriano)

MAESTROS DE VIDA
“Es preferible un sólo maestro de vida, frente a mil maestros de la palabra”. (Maestro Eckhart)
La representación más generalizada de la filosofía —la que la hace equivaler a un saber eminentemente especulativo, de dudoso impacto transformador en nuestra vida cotidiana y que esgrime un lenguaje sólo apto para especialistas— nos habla de cierta deriva de esta disciplina en nuestro entorno cultural, pero oculta el significado originario del término “filosofía”, la naturaleza de esta actividad en los inicios de nuestra civilización. El término “filosofía” es de origen griego (philosophia) y significa “amor” o “disposición a consagrarse a” (philo) la “sabiduría” (sophia). La palabra filosofía expresaba, inicialmente, el hecho de amar la sabiduría, la adhesión activa a ella y la disposición requerida para adquirirla. A su vez, por sabiduría se entendía no sólo la especulación o investigación racional, sino también, y eminentemente, un saber contemplativo, operativo, vital e integral, que incumbía al ser humano en su totalidad. Sabiduría era tanto la visión justa de la realidad de las cosas como la encarnación del modo de ser y de vivir que se correspondía con dicha visión. Sabio (sophos) era el que se esforzaba por ver el mundo de forma desinteresada y objetiva, y el que vivía en armonía con esa visión. Se consideraba que esta vida respetuosa con la realidad era la que satisfacía las necesidades más profundas del ser humano, la que favorecía la expresión óptima de su potencial, de sus posibilidades más específicamente humanas y, por lo tanto, la que le permitía alcanzar la forma más elevada y estable de felicidad a la que podía tener acceso. La filosofía era, para los antiguos, la consecución activa de la sabiduría así entendida; en otras palabras, no era sólo el esfuerzo crítico por avanzar en dirección a un conocimiento cada vez más radical y totalizante de la realidad, sino también, e indisociablemente, arte de vivir y ciencia de la vida.
“Los filósofos —afirmaban los pitagóricos— son responsables de nuestro buen vivir y pensar”. “¿Qué medida o estándar más preciso de la buena vida tenemos que el sabio?”, se preguntaba Aristóteles. O en palabras de un filósofo romano del siglo I, Musonio Rufo: “El filósofo ha hecho un arte de saber qué proporciona a los hombres la felicidad o la infelicidad”.

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